Por José Luis Olimón Nolasco
El pasado miércoles 29 de junio, con una Eucaristía presidida por Mons. Luis Manuel López Alfaro, Obispo Auxiliar de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, la Parroquia de Chicomuselo, alcanzó un punto culminante la celebración de sus cincuenta años como tal.
En esa concelebración participaron tres sacerdotes nayaritas: Jorge Torres García, Gabriel David García Ponce y Francisco Javier Guadalupe Reyes Reyes, los dos primeros integrantes del presbiterio de la Diócesis de Tepic y, el tercero, integrante del presbiterio de aquella diócesis chiapaneca.
La razón de la presencia de esos sacerdotes nayaritas se remonta, precisamente, cincuenta años atrás, a 1972, año en que, por iniciativa de Don Adolfo Suárez Rivera —quien pocos meses antes había tomado posesión como V Obispo de Tepic y oriundo de aquellas tierras— con la venia agradecida de Don Samuel Ruiz —en ese momento obispo de San Cristóbal y, sin duda promotor del acceso al episcopado del “Padre Tony”— miembros del presbiterio y seminaristas de Tepic, tomarían a su cargo una parte de la Parroquia de Zapaluta o Trinitaria, que se convertiría en la Parroquia-Misión de San Pedro y San Pablo de Chicomuselo, una porción del Pueblo de Dios conformada por la cabecera municipal y un buen número de pequeñas colonias, que, siglos antes, habían sido evangelizada por la Orden de Predicadores y tenido presencia sacerdotal, al parecer, hasta finales del siglo XIX.
En esos inicios de la década de los 70, en la naciente parroquia, la fe católica “se expresaba y vivía a través de sus fiestas religiosas, sus tradiciones, rezos y costumbres cristianas; en la recepción gozosa de los sacramentos cada vez que llegaba el sacerdote o iban a buscarlo a las parroquias más cercanas: bautismo, confirmación, primera comunión, matrimonio y, en algunas ocasiones, el auxilio a los enfermos. Momentos especiales eran las veces que llegaban los seminaristas de la diócesis de Chiapas a realizar algunos días de ‘misiones’; y sobre todo las visitas, no muy frecuentes, de los sacerdotes, sobre todo en las fiestas patronales y sus giras para administrar los sacramentos”.
Eso sí, “en las Colonias ya era muy notoria la presencia de un movimiento catequístico, garantía de anuncio de la palabra de Dios leída, explicada, representada, teatralizada y comentada en sus pequeños templos constituidos ya como lugar de reunión, de enseñanza, de encuentro y de oración; o bien en la cancha o hasta debajo de los árboles, sobre todo cuando había encuentros generales de catequistas”.

En esa realidad, particularmente de 1972 a 1978, los sacerdotes J. Trinidad Fránquez [+], en los inicios y Jorge Torres, a lo largo de todo el periodo, así como los entonces seminaristas —que habían concluido la etapa filosófica— Gabriel García y Miguel Ángel Medina [1972-73], Javier Reyes y Agustín Ibarría [1973-1974], Miguel Dueñas y José Luis Olimón [1974-75] Felipe López y Sebastián Altamirano [1975-76] se “encarnaron” en esa parroquia naciente, pasando de ser vistos como extraños a ser parte de la comunidad “a través del caminar por las calles, del visitar familias, del compartir las fiestas familiares, de la participación en los deportes, y, sobre todo, de la convivencia sencilla y continua del día a día”. “Si al principio, sólo se acercaban a misa tres personas: doña Luisa Laínez, doña Chonita y Doña Lupita Mazariegos, pronto se despierta la conciencia religiosa y más personas van asistiendo a misa y contribuyendo con su presencia y voluntad a las actividades parroquiales”.
Cuando el templo de “El Convento” se hizo insuficiente para las celebraciones, surgió la iniciativa de construir uno más amplio en donde habían quedado solo restos del anterior”. “La construcción del nuevo templo fue el motivo y el eje externo articulador de la dinámica eclesial en el pueblo de Chicomuselo desde finales de 1972 hasta el 29 de junio de 1975” en que las imágenes de San Pedro y San Pablo —patronos del lugar— fueron llevados a su “nueva casa”.
Si bien en la cabecera parroquial, la labor de los sacerdotes y seminaristas proveniente de la Diócesis de Tepic fue clave para la conformación de una comunidad cristiana, la experiencia en las Colonias fue muy distinta, pudiéndose decir que quienes supuestamente tendrían la misión de evangelizar, resultaron evangelizados por los catequistas y los católicos de las Colonias, siendo impactados por el hecho que la “lectura y enseñanza de la Palabra de Dios ya tuviera como horizonte de comprensión al Dios liberador que se hace presente en el Éxodo, en la liberación del pueblo de Israel sacándolo de la opresión de los egipcios y también su comprensión de un Jesucristo liberador de las dolencias de su pueblo”.
En 1978, ante la asunción de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas de la Opción por los Pobres y de una decidida búsqueda de la paz con justicia y la consiguiente decisión de operar con equipos pastorales conformados por sacerdotes, religiosas y laicos, la “etapa tepicense” en la Parroquia de Chicomuselo llegaba a su fin, aunque no la presencia de nayaritas en los nuevos proyectos pastorales diocesanos.
En ese contexto, en 1979 se integra un equipo pastoral para atender la región con los sacerdotes Alfredo Inda [+] y Gabriel García [ambos de la Diócesis de Tepic]; los sacerdotes maristas Eduardo Esteinou y José Luís Chanfón y las religiosas Isabel Urías y Nelly.
A cincuenta años de distancia, la Parroquia de San Pedro y San Pablo de Chicomuselo, sigue vigente y pujante, ahora a cargo del P. Matías Rodríguez Jiménez, quien, por cierto, ha venido siendo objeto de amenazas e intimidación por el acompañamiento a sus comunidades: en la defensa del territorio frente a las empresas mineras, en su lucha contra la venta ilegal de bebidas alcohólicas, en la búsqueda del cumplimiento del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, en su resistencia ante la creciente militarización, ante la inseguridad y ante los intentos de remunicipalización.
Concluyo diciendo que aquellos cuatro meses encarnado y evangelizado en tierras chicomuselenses dejaron huella indeleble en mi cuerpo y en mi corazón y que solo puedo agradecer el arrebato que tuve aquella tarde en que dije a Don Adolfo: “me voy a Chiapas con Miguel” y hacer mías las palabras de Jesús: “Gracias, Padre, por revelar ‘esas cosas’ a la gente sencilla”.