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viernes, agosto 1, 2025
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Volantín | Apagón; Una mirada más allá de lo vidente

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El reciente apagón que dejó a miles de hogares españoles sin suministro eléctrico durante varias horas ha desatado un intenso debate en medios, redes sociales y mesas familiares. Las preguntas son inevitables: ¿Qué lo causó? ¿Por qué ocurrió ahora? ¿Podría haberse evitado? Mientras los comunicados oficiales señalan problemas técnicos en una infraestructura crítica o incidentes puntuales, lo cierto es que este apagón puede ser la punta del iceberg de un conjunto de problemas más profundos que afectan al sistema energético español.

En esta nota de opinión, intentaré ir más allá de los titulares, analizando no solo las causas inmediatas del apagón, sino también los factores estructurales, geopolíticos, tecnológicos y climáticos que podrían haber influido. Porque entender lo que sucedió requiere una mirada multidimensional.

En las horas posteriores al apagón, las autoridades energéticas y las compañías eléctricas apuntaron a una posible caída de tensión en una línea de alta capacidad, quizás provocada por un fallo técnico o un incendio forestal que afectó la red. Red Eléctrica de España (REE) emitió un comunicado en el que explicó que se trató de un “incidente excepcional”, y que se había recuperado el servicio en cuestión de horas.

Sin embargo, esta explicación, aunque válida desde un punto de vista técnico, es insuficiente si no se contextualiza dentro de una infraestructura eléctrica que, aunque avanzada, enfrenta presiones cada vez mayores. Un sistema tan interconectado como el nuestro no falla por un simple error: falla cuando múltiples factores —algunos previsibles y otros no— coinciden en un punto crítico.

La red eléctrica española, aunque robusta en términos relativos, está sometida a una creciente presión. El incremento de la demanda energética, especialmente en épocas de calor extremo, tensiona un sistema que en muchos puntos aún depende de infraestructuras construidas hace décadas.

España ha avanzado en la transición energética, con una mayor proporción de energías renovables en su matriz. Pero la incorporación de estas fuentes —eólica, solar— implica también una gestión más compleja de la red, al ser fuentes intermitentes. La falta de sistemas de almacenamiento eficientes y suficientes, como baterías a gran escala o plantas de bombeo, significa que cualquier desequilibrio puede tener consecuencias en cascada.

Además, algunas infraestructuras clave, como las interconexiones con Francia o Marruecos, juegan un papel decisivo. Un fallo en una de estas líneas —como se sospecha que pudo haber ocurrido esta vez— puede generar desajustes de frecuencia o caídas de tensión que obligan a desconectar automáticamente partes de la red para evitar daños mayores.

No es coincidencia que muchos apagones ocurran durante los meses de verano. Las olas de calor extremas, cada vez más frecuentes por el cambio climático, no solo incrementan la demanda energética (especialmente por el uso de aires acondicionados), sino que también afectan físicamente la red.

El calor extremo reduce la capacidad de transporte de las líneas eléctricas, que se dilatan, y aumenta el riesgo de incendios forestales, los cuales pueden dañar físicamente la infraestructura. En este caso, algunas fuentes apuntan a un incendio en una zona crítica del sistema como causa probable del incidente. ¿Era previsible? Sí. ¿Era inevitable? No necesariamente.

Otro aspecto preocupante es la creciente vulnerabilidad tecnológica del sistema eléctrico. La digitalización y automatización de las redes ha traído muchas ventajas, pero también ha abierto la puerta a nuevos riesgos, como los ciberataques.

Aunque no existen pruebas concluyentes de que el apagón haya sido causado por un ataque informático, la posibilidad no puede descartarse a la ligera. En los últimos años, países como Ucrania y Estados Unidos han sufrido ataques dirigidos contra sus sistemas energéticos. España no es inmune a esta amenaza, y sería irresponsable no considerarla como un factor a vigilar.

España ha reducido su dependencia del gas ruso gracias a acuerdos con otros países, especialmente Argelia. Sin embargo, la situación geopolítica en el norte de África es volátil, y cualquier alteración en el flujo de energía —ya sea gas o electricidad— puede tener un impacto directo en la estabilidad de la red.

Además, la guerra en Ucrania y los conflictos en Oriente Medio han provocado una mayor incertidumbre en los mercados energéticos, lo que a su vez ha forzado a los operadores a realizar ajustes rápidos en el mix energético, a veces comprometiendo la estabilidad de la red a corto plazo.

Una de las críticas más repetidas tras el apagón ha sido la falta de inversión en mantenimiento y modernización de las infraestructuras. Aunque España ha destinado fondos a la transición energética, muchos expertos denuncian que las inversiones en redes, almacenamiento y resiliencia no han seguido el mismo ritmo.

Además, la planificación energética a largo plazo ha estado condicionada por cambios políticos, intereses privados y una visión cortoplacista que prioriza beneficios económicos sobre seguridad energética.

El apagón debe servir como una llamada de atención. No se trata solo de reparar un cable quemado o actualizar un software, sino de repensar el modelo energético en su conjunto. Algunas propuestas incluyen:

Incrementar la inversión en redes inteligentes que permitan una mayor flexibilidad y resiliencia ante fallos.

Desarrollar sistemas de almacenamiento energético a gran escala para estabilizar la red ante picos de demanda o caídas de generación renovable.

Reforzar la ciberseguridad del sistema eléctrico, anticipando y previniendo posibles ataques.

Fomentar la descentralización energética, mediante el autoconsumo y las comunidades energéticas locales.

Garantizar una planificación energética coherente y estable, alejada de vaivenes políticos y con una visión de Estado.

El apagón en España no es solo un incidente técnico. Es el síntoma de una red eléctrica sometida a tensiones crecientes: climáticas, tecnológicas, estructurales y políticas. Ignorarlo sería irresponsable. Si queremos evitar que estos episodios se repitan —y quizás se agraven— debemos aprovechar esta crisis para impulsar una transformación profunda de nuestro sistema energético. Porque el futuro no se puede construir sobre una red que falla cuando más se la necesita.

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