Fui oyente de la clase de derecho constitucional con Ignacio Burgoa, en la UNAM. Era un maestro río. Hablaba dos horas, casi sin respirar. Chapados a la antigua él y nosotros, no había preguntas y jamás hicimos una exposición de temas que correspondían al profesor. La sabiduría estaba de su lado; la ignorancia enciclopédica, del nuestro. Una gran parte del profesorado hacía lo mismo, con distintos grados de conocimiento. Sólo una parte escuchaba lo que los alumnos preparaban en equipo con mediano esfuerzo pero pobres resultados. Poco a poco las escuelas adoptaron el modelo de que tomaran la responsabilidad de la exposición, tras breves estancias en la biblioteca o Wikipedia. Así, el aprendizaje se basó en docentes tan ignorantes como sus alumnos, con una didáctica participativa incapaz de formar con profundidad y rigor.