Por Miguel González Lomelí
En 1973 trabajaba en San Pedro jicayán comunidad de la costa chica de Oaxaca. Vivía con un matrimonio de ancianos de gran respeto en la comunidad: ella, nana Lela se llamaba Aurelia él tata Balo, se llamaba Braulio era tata mandoni, consejo de ancianos que regían la vida social y cultural.
Todas las mañanas tenía el privilegio de escuchar el melódico mixteco de la costa de nana Lela que invariablemente me ofrecía “cunio chicula “, quieres chocolate ofrecido en una jícara bellamente grabada acompañado con un pan tradicional sencillo y pueblerino.
Yo contestaba “cunio yu” pues había aprendido algunas frases de esa hermosa lengua.
Me sentía gustoso de contestarle a la venerable matrona en su lengua y ella se mostraba complacida de que le contestara aunque quizá mal pronunciada pues el mixteco es una lengua tonal y la entonación es básica para entenderse.
Aún ahora les llamo mis viejitos, y ya soy como ellos.
Mi homenaje a las lenguas maternas.