Después de permanecer 11 meses sin ponerse el traje de luces, Lorenzo Garza Gaona triunfó el pasado 1 de abril en Texcoco con un imponente toro de la ganadería de San Marcos. Mucho mérito. Así se ganó su programación en el festejo de este sábado 15 en el mismo ruedo del Estado de México.
Lorenzo es torero, escritor y abogado en funciones. Hace poco tiempo publicó su primera novela, titulada El Sueño de un Maletilla.
Si El Niño de la Palma “era de Ronda y se llamaba Cayetano”, como reza la popular frase taurina, el autor de esta novela acumula todavía más factores e ingredientes que ponen sobre sus hombros gran parte de la plomada histórica de la tauromaquia mexicana. Esos factores son tantos, que se desparraman de su vasija vital.
Verán ustedes. Se llama Lorenzo Garza Gaona. Es nieto de Lorenzo Garza y bisnieto de Rodolfo Gaona. Casi nada. Su padre es el matador José Lorenzo Garza, vástago de El Magnífico. Por el lado Gaona, es hijo de Regina Gaona Cabrera, nieta de El Indio Grande.
El elegante Rodolfo fue la primera gran figura mexicana a nivel internacional. Rivalizó en España con Joselito y Juan Belmonte. En México causó verdadera conmoción, a tal grado que una tarde de 1923 en el viejo Toreo de la Condesa fue ungido con una tiara pontificia, proclamándose papa del toreo nacional. “Huraño, cenceño, altivo”, como lo describiera José Alameda, Gaona fue el orgulloso embajador del toreo de México en el primer cuarto del siglo pasado… y lo será para los restos.
Garza, por su parte, fue un torero importantísimo de la llamada Época de Oro, célebre por sus artísticos naturales con el compás abierto, su incomparable toreo de rodillas, su gallardía, su acusadísima y arrolladora personalidad y las broncas fenomenales que provocaba. Mi abuelo materno, Francisco Cantú Lara, garcista furibundo y neoleonés como él, acabó en la cárcel del Carmen por defender a Lorenzo tras la épica gresca de enero de 1947 cuando el diestro norteño, cual espadachín de otros tiempos, retó con su estoque-sable al aficionado poblano Emilio Maurer, que lo había increpado desde las barreras de la Plaza México. De casta le viene al galgo; el autor de la obra trae la torería en su ADN.
Llamarse Lorenzo, apellidarse Garza Gaona, haber conquistado clamorosamente La México como novillero, ostentar el título de matador de toros y por si fuera poco escribir una novela y muy pronto un poemario, eso es ser un acaparador. ¡No dejas nada, Lorenzo! Rara avis en el ambiente de los toros, escribió una pieza sabrosa y estructurada que tuve el gusto de prologar. Con el lenguaje coloquial y la jerga taurina hermanados (se nota que ha leído y ha absorbido), Garza debutó en el mundo editorial con la historia del apasionado Camilo, un aspirante a matador que nunca dejó de perseguir su sueño a pesar de numerosos obstáculos, sobresaltos, vicisitudes y amoríos de piernas abiertas que lo distrajeron de cornamentas igualmente abiertas y a la vez lo motivaron para seguir adelante en un ambiente duro como silla de montar. El diestro dibuja impecablemente todos los matices del personaje.
El libro proyecta –y todo aficionado lo captará de inmediato- cómo Lorenzo le ha dado el golpe al espectáculo de sangre y arena con su dureza y sinsabores, pero también con su enorme categoría.
