Por Ernesto Acero C.
* POLÍTICA ES HUMILDAD, HUMILDAD EN PROPORCIONES INDUSTRIALES.
La vida pública se suele describir de manera inane como “esfera política”. Ahí, sobran personajes que emulan sin saber y sin querer, el perfil siquiátrico de Ánimas Trujano, “el hombre importante”. Se trata de personas que están dispuestas hasta a invertir dinero para lograr ser vistos, percibidos.
Quizá la vida pública es la que más se presta para lograr satisfacer las ansias de protagonismo. En la ciencia se requiere genialidad e igual ocurre con el arte, así como con el vasto universo de las humanidades. En la vida pública, como en el mundo del espectáculo, mediante la inyección de fuertes cantidades de dinero, se logra ser “visibilizado”. Se puede lograr el encumbramiento, pero no la inmortalidad ni la trascendencia.
La vida pública no es vida política; al menos no necesariamente. La política es un ejercicio extraordinariamente humano que amerita sacrificio y hasta privaciones. La política es una de esas supremas manifestaciones de lo humano. La política es estoicismo. Se puede incursionar en la vida pública sin sentido político, como intentar actuar en la farándula, en el mundo del espectáculo.
La política es servir a los demás. Cuando se sirve a los demás, se puede perder tiempo, esfuerzo, dinero. Cuando se hace política no necesariamente se logra el deseado protagonismo.
Hacer lo contrario, servirse de los demás, aprovecharse de la buena voluntad y de la buena fe ajena, es propio de los politicastros. El politicastro se viste con los ropajes de la política para engañar, mentir y traicionar. La politiquería es recurso para beneficiar camarillas o para obtener privilegios a como dé lugar. Distinguir entre política y politiquería es fundamental si tenemos en cuenta el factor poder.
El poder suele ir de la mano de la política, aunque no necesariamente. Se puede hacer política sin poder, aunque sus resultados no suelen ser trascendentes. Cuando se hace política y se tiene poder, los resultados se potencializan. Los resultados son mayores cuando se hace política porque cuando se hace política, se hace equipo.
Cuando se tiene poder y se actúa en la lógica de la politiquería, los resultados también se potencializan. La politiquería y el poder, juntos, llevan a concentrar privilegios, pero con un enorme costo. Ese costo es social y puede adquirir dimensiones de órdago. Los privilegios para los politicastros no salen de la nada, no salen como el conejo de la chistera, por arte de magia. Los privilegios de unos cuantos los paga la sociedad entera.
Los privilegios en la sociedad no son execrables per se. Quienes se esfuerzan, casi siempre obtienen resultados extraordinarios en la medida que ese esfuerzo es extraordinario. Un empresario que se sacrifica en la lógica de rigurosos procesos de acumulación ampliada, puede tener privilegios legítimos, cosas que otros no pueden tener o ni siquiera soñar.
Los privilegios no necesariamente son función de los sacrificios. Los privilegios pueden ser superiores al esfuerzo o pueden ser inferiores al sacrificio. Grandes pensadores, literatos, científicos, pedagogos, inventores o genios del arte, han dado más de lo que han obtenido y muchos han acabado acuchillados por la miseria.
El que incursiona en la vida pública lo hace con fines políticos o politiqueros. El político sirve a los demás. El politicastro, se sirve de los demás. El político hace equipo porque reconoce el valor de los demás. La diferencia es abisal.
No obstante, no todo es negro o es blanco. Los matices están a la orden del día. Aquí intentaré esbozar el perfil de una figura que se involucra en la esfera pública en el afán de ser visibilizado.
Hemos visto, conocemos, personas que se afanan en la obtención de poder. Desean ser vistos, se esfuerzan por abandonar el distante mundo del ninguneo del que creen ser objeto. En su ensimismamiento, sintiéndose como pelusas de otoño, se afanan por salir del anonimato. Esta es una de las variantes de la politiquería: acceder al poder (público), para ser visto, para lograr notoriedad, para “ser importante”. Esto es lo que nos lleva a una figura bien llevada y delineada por Ismael Rodríguez en una de sus películas: “Ánimas Trujano”.
Ahí, el protagonista central nos muestra una infausta manifestación de la condición humana. Con sobrada razón fue el actor predilecto de Kurosawa. Me refiero a Toshiro Mifune, que realiza el papel de Ánimas Trujano en la película de Ismael Rodríguez. El personaje, concebido en la obra de un talentosísimo Rogelio Barriga Rivas, nos muestra el perfil trágico de un sujeto que desea convertirse a toda costa, en un “hombre importante”. El pobre Ánimas Trujano es el vivo ejemplo de un politicastro y se encuentra en las antípodas de la política.
La obra del cineasta es de una extraordinaria calidad, tanto como cualquier obra del mismo Kurosawa, Buñuel o Scorsese. Me atrevería a decir que la obra es superior a otras firmadas por Tarantino, Cuarón o González Iñárritu. La cinta “Ánimas Trujano: el hombre importante”, nos muestra una de las más tristes facetas de la naturaleza humana. Nos muestra soberbia, arrogancia, todo lo contrario de lo que es política.
La esfera política requiere de humildad. Ese valor es de enorme relevancia en el arte y ciencia de tratar los asuntos públicos. La política requiere de esa humildad que permita la tolerancia, el ánimo incluyente y el reconocimiento del valor de los demás. Al fin y al cabo, nuestra otredad se conforma con los demás.
Cuando lo que se busca es la notoriedad, cuando se actúa en la esfera pública para lograr cargos que le den importancia a la persona, se cae en una trampa insondable. De pronto, el cargo es el que hace importante a la persona; la persona no puede hacer importante al cargo. Esa es la razón por la que una persona que busca ser vista, “importante”, deja de serlo cuando deja el cargo.
Hacer política con sinceridad, buscando ser útil a los demás, lleva a trascender, aunque no busquen ese sino. Ejemplos de esto están en toda la historia del mundo y de México: Morelos, Hidalgo, Juárez, Zapata, Lázaro Cárdenas, entre tantos otros. Seguramente que figuras como la del actual Presidente Andrés Manuel López Obrador, trascenderán en la historia por haber actuado con humildad durante toda su trayectoria.
La política es voluntad y vocación de servicio. La voluntad política es tolerancia, ánimo contemporizador, defensa de ideales. La política es idealismo. La política es construcción de grandes acuerdos, es diálogo, es suma de esfuerzos y de múltiples voluntades. La política, en síntesis, es procesamiento de la unidad fundamental. Esa unidad fundamental es la que proclamaba Mariano Otero a mediados del siglo XIX.