Saben a poco los diez partidos del Mundial de 2026 que se jugarán en la República Mexicana: cuatro en el Estadio Azteca, tres en el campo del Guadalajara y tres más en el Gigante de Acero de Monterrey. Sólo una octava parte del total de cotejos mundialistas se disputará en México.

Resulta a todas luces desproporcionada la fuerte inversión para remodelar el Azteca y su cierre durante dos años, para presentar únicamente cuatro encuentros de Copa del Mundo.

México ha organizado al completo dos campeonatos mundiales. Esta vez se trata únicamente de una rebanada del pastel. Nuestro país tiene más tradición futbolera que Estados Unidos pero Estados Unidos tiene más dinero que México, y eso influye para que el vecino país del norte sea el organizador principal de la Copa posterior a la que se va a celebrar próximamente en tierras cataríes.

Anticlimático

Resulta anticlimático, por decir lo menos, que México esté buscando organizar unos Juegos Olímpicos, habiendo tantas carencias en rubros fundamentales como educación, vivienda, agua potable, servicios básicos y seguridad.

Casi podría decirse que es insultante pensar en gastar mucho dinero para unos JO, si consideramos los altos niveles de pobreza y rezago en el país. Así que desestimo la iniciativa expresada antier por Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores.

Desencanto

Tanto como un fiasco no fue. Pero tampoco hubo el éxito rotundo de otras ocasiones. José Tomás estuvo bien a secas en su esperada reaparición después de tres años sin enfundarse el traje de luces, el domingo pasado en Jaén, al sur de España.

Se afana uno en hallar lo bueno. Sin embargo, llega un momento donde el inevitable desánimo invade al más optimista. Y entonces todo se desbarranca.

Mal va la cosa cuando el momento más emocionante de la tarde no es un lance o un quite o una tanda sino la aparición del ídolo por la puerta de cuadrillas, enjuto y demacrado, vestido de tabaco y oro, envuelto por una ovación atronadora.

Para el anecdotario, el cambio de “ruta” de los alguacilillos, que en el despeje hicieron girar a sus cabalgaduras hacia la derecha, en lugar de dirigirlas en dirección al palco del juez de plaza, viraje que desconcertó por un instante al canoso concertista. La función comenzaba en sentido contrario.

Los cinco minutos de la faena de muleta a “Brigadista” de Jaral de Peñas en aquella corrida guadalupana de La México en 2017 fueron más emocionantes que toda la encerrona en Jaén. Y con eso está dicho todo.

Un José Tomás falto de fibra, sin garra ni presencia de ánimo. Esto no quiere decir que haya estado mal pero no hubo catarsis. Se echó en falta la emoción arrebatadora de tantas tardes de apoteosis y colmadura espiritual. Un fajo de naturales reunidos y de mano baja con el torero enmonterado fue lo rescatable en aquel horno circular de 42 grados centígrados.

El ganado se eligió mal. Craso error. El de Galapagar requiere de un toro que acometa con fuerza y pujanza para que luzca su tauromaquia, basada en el aguante y la honestidad. El cuarto, de Juan Pedro Domecq, salvó la corrida del desastre. Habrá que pensar muy bien la procedencia de los toros para su próxima encerrona en agosto en tierras alicantinas. Sería el colmo tropezar de nuevo con la misma piedra.

La devota multitud pedía a gritos el regalo de un quinto cajón y Tomás pareció considerar la posibilidad por unos segundos pero prefirió abandonar el coso de La Alameda sin mirar atrás, dejando en los tendidos una sensación de desencanto.

El torero de época tiene la onza y en cualquier momento la puede cambiar, pero en el aire olivarero quedó flotando una pregunta: ¿Habrá José Tomás para rato o ha comenzado a declinar?

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