Por José Luis Olimón Nolasco

En días pasados, aprovechando el asueto casi completo en que vivo estos días de verano, “me salió al paso” un documental ―relativamente reciente― acerca del acontecimiento musical que representaron los conciertos que ―entre 1990 y 2003― realizaron esos tres tenores que serían “bautizados”, simplemente, como “los tres tenores”, así, con un artículo determinado masculino plural.

Pues bien, confieso que la experiencia vivida al dejarme llevar por su contenido ―un contenido que, en un primer momento me resistí a mirar porque pensé que se limitaría a presentar el primer concierto que “los tres tenores” ofrecieron con ocasión del Mundial de Futbol Italia 90― produjo en mí sensaciones novedosas y trajo consigo información contextual y situaciones geniales que, en conjunto, me han movido a intentar expresarla en unas pocas “palabras”.

Todo parece indicar que en aquel momento en que surgió la idea que el tenor José Carreras diera un concierto con ocasión del Mundial de Futbol de 1990 y en la posterior idea de unir a quienes en aquel año eran considerados entre los mejores tenores del mundo y ciertamente, los más conocidos, ni el más visionario pudo imaginar lo que aquel primer concierto que se llevó a cabo el 7 de julio de 1990 en las ruinas de la Termas de Caracalla, detonaría en relación con la música clásica en general y, más aún, en el ámbito de la difusión de una serie de arias operísticas y de música popular interpretada en versiones operísticas.

La muestra de las dudas que se daban en el entorno de la preparación al concierto de 1990 se tiene en la negación de empresas disqueras y televisoras para hacerse de los derechos del concierto y en la decisión de los tenores de preferir un buen pago a obtener ingresos que derivaran de las ganancias que se obtuvieran de la comercialización del evento.

Sin embargo, el éxito del concierto ―que tuvo lugar el mismo día que Italia alcanzaba el tercer lugar en su Mundial derrotando a Inglaterra y la víspera de la obtención de la Copa FIFA por parte de la selección de Alemania al derrotar a la selección de Argentina 1-0, producto de un penalti polémico anotado por Andreas Brehme en el minuto 85 y señalado por el árbitro uruguayo radicado en México Edgardo Codesal― rebasó todas las expectativas, al ser seguido por entre 800 y 1,000 millones de televidentes, vender tres millones de copias en una semana y colocar la célebre aria “Nessun dorma” en los primeros lugares del “hit parade” a lo largo de varias semanas.

Juntar a estos tres grandes tenores, ponerles de acuerdo en la elección de lo que cada uno de ellos interpretaría ―particularmente los popurrís que interpretarían juntos y que resultarían claves para el éxito del concierto y de la serie de conciertos―, encontrar la orquesta adecuada y un director de alto nivel, así como la organización general, no serían fáciles de obtener y conjuntar y, sin embargo, todo se hizo posible para que aquel evento resultara histórico, abriendo con José Carreras interpretando “Lamento de Federico”, siguiendo con Plácido Domingo, interpretando “Beau paradis” y cerrando la apertura ―como era de esperarse― con Luciano Pavarotti interpretando “Recondita armonia”.

Después, siempre bajo la dirección de Zubin Mehta, nacido en Bombay, India y, en ese tiempo Director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York y, ahora, Director Emérito de las orquestas filarmónicas de Israel y de Los Ángeles, vendrían las arias seleccionadas por cada uno de los tenores, hasta culminar con la que se convertiría en el símbolo de ese concierto, de esa Copa del Mundo, de los “Tres tenores” y de Pavarotti: “Nessun Dorma” esa aria de la ópera inconclusa “Turandot” de Giacomo Pucini en que el príncipe Calaf, quien ha salvado su vida al resolver los tres enigmas que la princesa le ha propuesto y le reta a descubrir su nombre antes del amanecer y, en caso contrario, a casarse con él.

Una vez concluida esa aria que, de alguna manera, representa el culmen del concierto, viene otro de sus momentos clave: la interpretación que los tres tenores hacen de un largo popurrí preparado por el músico argentino Eduardo Schifrin, en el que se incorporaron piezas musicales de quienes se consideraban candidatos a ganar el mundial de futbol: Argentina [Caminito], Francia [La vie en rose], por mencionar algunas. Eso sí, México se hizo presente en ese popurrí con el “Cielito lindo”, de la autoría de Quirino Mendoza, esa canción que se ha convertido en himno futbolero de la selección mexicana en sus buenos momentos.

Como era de esperarse, el concierto del 7 de julio de 1990 concluiría con la interpretación de una de las canciones italianas más famosas: “O sole mio”, interpretada por los tres tenores.

Sin embargo, no podía faltar “el pilón”, un pilón que, según parece no se había preparado previamente, por lo que consistió en una “repetición” de “O sole mio”, en la que Pavarotti introdujo un adorno vocal inédito que replicaron, en su momento, Carreras y Domingo y, por supuesto, una versión ―a trío― de “Nessun dorma”.

Cuatro, ocho y doce años después, siempre ligados a los mundiales de los Estados Unidos, Francia y Japón-Corea, se llevarían a cabo conciertos de “Los tres tenores”, por supuesto, menos espontáneos y más comercializados pero que, ciertamente, dejarían una huella indeleble en la historia de la música y del futbol.

En total, los “Tres tenores” ofrecerían 34 conciertos, algunos de ellos con sentido benéfico ―como lo fue también el de 1990― y la mayor parte de ellos, como parte de una gira mundial, de la que quedó pendiente un concierto planeado para la ciudad de Monterrey el 5 de julio de 2006, en el que les acompañaría Alejandro Fernández y al que ya no asistiría Luciano Pavarotti a causa de su estado de salud y del cual se puede encontrar una crítica despiadada en “Letras Libres”, una crítica que se extiende al formato mismo, al cual se denomina “ridículo y cursi show”.

Eso sí, Pavarotti daría su adiós definitivo, cantando, en solitario, “Nessun dorma” en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno Torino 2006, eso sí, en una versión pregrabada porque a esas alturas de su vida, “il tenore modenese” no podía cantar ya al aire libre y menos, en pleno invierno…

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