Los periodistas son, de alguna forma, carteros. Llevan cartas de unos a otros. A veces las escriben sin que nadie se los pida, porque por oficio ven lo que otros no ven, sacan comunes denominadores e interpretan. Pueden equivocarse, pero independientemente de lo certero que sean, algunos tratan de hacerlo con objetividad. Llevan cartas escritas por los remitentes o por ellos mismos en dos vías: de los pocos a los muchos y de los muchos a los pocos. Las cartas llevan y traen mensajes buenos, malos e incómodos. De eso se trata. Cuando los pocos escriben y dictan a los periodistas lo que quieren decir a los muchos, están en su total derecho. Pero es patológica megalomanía que ellos dicten las cartas que quieren recibir de los muchos. Pierden todos; los carteros más.