Viajaba a Ciudad Universitaria desde Puebla, donde tenía su consultorio psiquiátrico para enseñar teoría y técnica de la entrevista a los futuros profesionales de la salud. Era brillante, como los maestros de otros amigos en formación. Asistí a algunas clases de derecho constitucional con Ignacio Burgoa, que disertaba por dos horas sin interrupción de sus oyentes. Poco a poco esa clase de maestros fueron extinguiéndose para dar paso a la proletarización de los docentes, que no han ganado un peso y un conocimiento fuera de las aulas, a donde llegaron como estudiantes para quedarse como profesores hasta su jubilación: abogados sin haber formulado una demanda ni defendido a un acusado, médicos sin manos para el bisturí. Maestros sin mundo que forman jóvenes para un mundo que sólo existe en sus salones de clase.