A pesar de que sufrió de más, la Selección de Argentina se proclamó campeona del mundo. Lionel Messi al fin consiguió el anhelado título. En estas horas se ha hablado de una supuesta ayuda para que la albiceleste conquistara la copa a raíz, principalmente, del polémico penalti marcado por el árbitro polaco Marciniak (cuyo desempeño fue calamitoso) sin tomarse el tiempo de revisar en el VAR la jugada de la supuesta falta sobre Di María. El video arbitraje estuvo nomás de adorno a la hora de la verdad.
Y si bien lo ideal hubiera sido evitar la piedrita de las suspicacias, no se puede demeritar lo hecho futbolísticamente por el cuadro comandado por el estratega Scaloni, ni poner en duda la indiscutible grandeza de Messi, el jugador total que seguirá vistiendo la casaca de su país en los próximos meses.
La Final del Mundial de Catar fue trepidante, un episodio épico en la historia del balompié, la reivindicación del futbol como espectáculo en medio de la muy marcada esquematización, del acartonamiento del juego por culpa de la táctica.
As emergente
Perdió, pero cuesta trabajo llamarlo perdedor. Calificarlo como tal es casi una imprecisión. Había sido un protagonista extraordinario. Cuatro goles en una Final de Copa del Mundo no habían sido suficientes. La celebración argentina acaparaba los reflectores pero era imposible dejar de mirarlo, desconsolado, abatido. No lo calentaba ni el sol. No lo consolaban los apapachos del presidente de Francia. Lo que quería era irse de ahí lo antes posible.
Al lado del triunfo albiceleste surgía la historia paralela de Kylian Mbappé, que recibió simbólicamente la estafeta de parte de Lionel Messi como la figura rutilante de la nueva era. El astro reinante y el as emergente, el hombre maduro que va de salida y el joven virtuoso que viene llegando y prendiendo lumbre.
Después de setenta minutos de pachorra -¿afectó el virus del camello el rendimiento de algunos jugadores galos?-, al fin apareció en escena el irreconocible colectivo azul. Aparte de sus condiciones futbolísticas (potencia, habilidad, remate, velocidad), sobresalió en aquellos instantes la casta del moreno para presidir la lucha de sus compañeros hasta forzar un alargue que parecía inalcanzable.
Sólido mentalmente, el caudillo no se dejó aplastar por la presión en los impecables cobros de dos penas máximas en el tiempo regular y, rápido como el pensamiento, despegó los pies de la hierba en una media tijera modélica que combinó estética con determinación. Le dobló las manos a quien minutos después sacó el cobre.
Mbappé cumplió ayer 24 años de edad. Tiene todo el tiempo del mundo para escribir una historia que ya tiene tintes de gloria.