Lunes a miércoles son decenas de horas. Pero en el reloj de la zozobra es una eternidad enloquecida de dolor, incertidumbre y esperanza. Eso vivieron familia, amigos y compañeros de trabajo al perderme en el radar digital en CDMX. Contra mi rutina, al caer la tarde entré a un café en lugar de ir al hotel a trabajar. Algún descuido facilitó que me asaltaran y regresara semiinconsciente al hotel. Los análisis toxicológicos no arrojan datos claros. El apoyo de fiscalías y las atinadas investigaciones de mis hijas-hijo-esposa hicieron posible que ellas dieran conmigo antes que nadie. No imaginaba que ellos y tantos amigos me quisieran tanto. Y yo a ellos. A partir de ese momento imploro porque quienes buscan a desaparecidos corran con nuestra suerte y puedan abrazarse de nuevo. Son calvarios indescriptibles.