Por Francisco Flores Soria
Un lunes 20 de marzo como hoy, pero de 1905, a las 4:30 de la mañana sonó el silbato de entrada al trabajo en la fábrica textil de Bellavista, municipio de Tepic.
Contrario a lo que diariamente acontecía y pese al coraje de directores y mayordomos, obreras y obreros no ingresaron a las instalaciones, sino que se quedaron frente al portón para, minutos después, en compañía de familiares y correligionarios, iniciar una caminata hacia la capital del Territorio de Tepic.
El contingente de casi medio millar de personas se dirigió, iluminado con antorchas, por el antiguo camino de terracería a esta ciudad. Los huelguistas reclamaban respeto a sus derechos laborales, pues estaban hartos de las jornadas extenuantes, los malos tratos y la exigua paga.
En la fábrica debían iniciar sus labores a más tardar a las cinco de la mañana para terminar a las doce de la noche; únicamente disponían de cinco minutos para comer y si alguien se retrasaba, era abofeteado por los capataces; quien reclamaba, recibía azotes, incluso podría ser llevado a la cárcel.
Verdugo principal era el inglés Arturo Ecroyd, quien en Brasil ya había mostrado su dureza con los esclavos.
Por esas mismas razones, encabezados por Francisca y Maclovia Quintero, Victoriana Arroyo, así como Adelaida y Mariana Castañeda, en 1894 obreras y obreros realizaron un paro que no dio los resultados esperados. La misma suerte corrió el movimiento realizado un par de años después, en 1896.
La acción obrera del 20 de marzo de 1905 tuvo mayor soporte ideológico y mejor organización. El contingente de huelguistas encabezado por los hermanos Enrique Gregorio y Pedro Exiquio Elías Salazar arribó a la entrada de Tepic cerca de las nueve de la mañana, con el propósito de entregar su queja y pliego petitorio a las autoridades estatales.
Mas no pudieron avanzar debido a que los detuvo un destacamento militar, cuyo jefe ordenó:
— ¡Retírense, es preferible! ¡Tenemos órdenes de disparar a la primera manifestación de violencia o de que se nieguen a retirarse!
— Pero, señor oficial, permítanos. Aseguramos a usted orden y disciplina en nuestros movimientos hasta la casa de gobierno, decía Enrique G. Elías.
— ¡Ni un paso más, he dicho! ¡Preparen! ¡Apunten!… advirtió el militar.
Quienes se manifestaban optaron por retirarse. Inútilmente esperaron un día más la respuesta del Jefe Político del territorio, general Mariano Ruiz, y se vieron obligados a reanudar labores en la factoría. Naturalmente, a la presión para que el personal volviera al trabajo se había sumado Faustino Somellera, hombre fuerte de la Casa Aguirre, propietaria de la fábrica, quien incluso amenazó a los líderes obreros con desterrarlos.
Enrique G. Elías también atribuyó el escaso apoyo recibido por las y los trabajadores a “la indiferencia del comercio y cobardía de la prensa local; todas las clases sociales tuvieron miedo, negándose a impartirnos la más insignificante ayuda moral; para amedrentarnos —dijo— el gobierno desplegó gran aparato de fuerzas y el jefe de esas gentes nos manifestó que tenía órdenes terminantemente de la superioridad, para disolver a balazos grupos de dos personas”.
No obstante, el grupo obrero mantuvo su espíritu de lucha y fue parte de la inspiración de las huelgas de mineros de Cananea, Sonora, y textileros de Río Blanco, Veracruz, estalladas en 1906 y 1907, respectivamente, ambas reprimidas de manera cruenta por la mancuerna de propietarios y gobierno porfirista.
De este modo, la primera huelga obrera del siglo XX en México tuvo sus repercusiones positivas, como preludio de la Revolución Mexicana.