Francisco, [deconstruye y] reconstruye mi Iglesia

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La semana pasada se celebró el décimo aniversario de la elección de Jorge Mario Bergoglio como el 266° Papa de la Iglesia Católica, si bien es cierto que él mismo prefiere autonombrarse, de una manera más simple como Obispo de Roma…

Pues bien, como era de esperarse, este aniversario —cuya celebración, gozosa para muchos y dolorosa para otros, surge, ante todo, del hecho seguir vivo y lúcido, aunque con algunos problemas de salud y de movilidad inevitables en que fue elegido para ese cargo-encargo a los 76 años— ha dado ocasión para analizar y revisar una década de ejercicio pontifical, en un contexto complejo que le ha presentado retos —internos y externos— diversos, algunos de ellos de altos niveles de intensidad y profundidad.

Entre los retos internos, de carácter eclesial, el que más se ha destacado a lo largo de estos años, ha sido el de los abusos de carácter sexual por parte de ministros ordenados, en la mayoría de los casos, tipificables como actos de pederastia o abuso sexual, predominantemente de varones adolescentes. Sin que las modificaciones legislativas y las acciones realizadas puedan considerarse satisfactorias y, menos aún, capaces de hacer avanzar hacia una solución definitiva de esa problemática, en términos generales, la manera de afrontar el reto, por parte del Papa Francisco, ha sido menos criticada que la de sus antecesores inmediatos y ha conseguido que quienes incurren en tales prácticas, al menos, se la piensen dos veces.

Otros dos retos que Francisco ha tenido que afrontar en estos años de su pontificado, son: una de carácter financiero, relacionadas con el “Banco Vaticano” y otra, de carácter administrativo, la reforma de la poderosa Curia Romana.

En relación con la reforma del Instituto para las Obras de Religión [conocido vulgarmente como Banco Vaticano], en agosto de 2019 se publicó un “Quirógrafo del Santo Padre Francisco para el Nuevo Estatuto del Instituto para las Obras de Religión” cuya pretensión consistía en hacerla “más fiel a su misión originaria” y adecuarla a las mejores normas internacionales de transacciones financieras, transparencia y lucha contra el blanqueo de capitales”.

En cuanto a la reforma de la Curia Romana, el 19 de marzo de 2022, se publicó un documento largamente esperado y trabajado: la Constitución Apostólica “Praedicate Evangelium” sobre la Curia Romana y su Servicio a la Iglesia en el Mundo, un documento que ha sido considerado, desde el punto de vista intraeclesial, como uno de los más importantes de los que ha publicado el Papa Francisco, no solo porque contiene cambios importantes en la estructura y en las reglas curiales, como la de que cualquier miembro de la iglesia, ministro ordenado, religioso o religiosa o laico, varón o mujer, pueda encabezar un Dicasterio [nueva denominación de las Congregaciones], o la creación de un Dicasterio para el Servicio de la Caridad, o la Pontificia Comisión para la protección de los menores, sino porque tiene como objetivo central la predicación del evangelio pensando más en los destinatarios del mensaje a cuyo servicio se debe la instancia administrativa vaticana, y menos en una estructura anquilosada y autorreferencial…

Otro reto, que aun siendo interno, tiene una estrecha relación con “los signos de los tiempos”, tienen que ver, por un lado, con sectores eclesiales conservadores y, por otro, con sectores que se podrían considerar progresistas [como la Conferencia Episcopal Alemana], y tienen en común posturas enfrentadas en asuntos típicamente posmodernos, entre los que destacan los temas relacionados con: las mujeres, la diversidad sexual, los pueblos originarios y, más concretamente aún, con temas como la posibilidad de que personas divorciadas vueltas a casar teniendo un vínculo sacramental vigente comulguen; que parejas homosexuales puedan recibir algún tipo de bendiciones; que laicos de ambos sexos puedan predicar en celebraciones eucarísticas o que el celibato deje de ser obligatorio para los ministros ordenados de rito latino.

Ahora bien —retos, logros y pendientes aparte— la llegada de Jorge Mario Bergoglio al papado, ha traído consigo una serie de elementos inéditos o que hace mucho tiempo no se habían visto en la larga historia de la Iglesia Católica.

Entre esos elementos, se pueden mencionar:

El hecho, inédito, de su proveniencia de tierras latinoamericanas, con todo y sus consecuencias para retomar, con energía, temas que habían venido quedando en penumbras, como la opción por los pobres y el compromiso con la búsqueda de un mundo más justo y, por consiguiente, menos desigual. [En ese contexto, el acto simbólico más significativo parece haber sido la canonización de Monseñor Romero].

Otro hecho novedoso fue su pertenencia a la Compañía de Jesús, la cual le posiciona, de entrada, en toda situación de frontera conforme al carisma de los jesuitas y lo convierte en un primer “Papa negro”, si tomamos en cuenta que al Padre General de la Compañía de Jesús se le ha denominado así desde mucho tiempo atrás.

La elección de un nombre inédito —Francisco— con una clara referencia al “poverello” de Asís y a su misión de reconstruir la Iglesia de Jesús, una misión que, en el caso de este “Francisco 2.0”, bien se podría expresar de una manera acorde con los tiempos: “deconstruye y reconstruye mi Iglesia”; una misión que implica, además, un claro compromiso con las causas ecológicas en el amplio sentido que en el pensamiento latinoamericano se le ha dado y que abarca no solo la ecología de la naturaleza, sino la social, e incluso, la espiritual.

La asunción de un modo de vida pobre de carácter testimonial que le llevó a renunciar a una serie de residuos de los tiempos en el que los Obispos de Roma eran auténticos monarcas. Uno de los gestos más significativos en este rubro, ha sido su decisión de hospedarse en la “suite 201” de la Casa Santa Marta, cita dentro de la Ciudad del Vaticano y que, antes de convertirse en lugar de descanso para los cardenales que participan en los cónclaves, fue una casa de asistencia para enfermos constituida como tal con motivo de la epidemia de cólera de 1881 y que, durante la II Guerra Mundial fue utilizada como refugio para prófugos judíos y diplomáticos de países que habían roto relaciones con Italia.

La llegada a la “silla de Pedro” por parte de alguien que, si bien desempeñó su ministerio en puestos administrativos, formativos y académicos durante un buen número de años, a partir de 1992 en que es ordenado obispo, se fue convirtiendo en pastor y acostumbrándose a oler a oveja, ese distintivo del buen pastor que parece haber convertido en signo de identidad para todo ministro ordenado que se digne de serlo.

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