Contra lo que pudiera insinuar el título de estas “palabras”, estas no versarán sobre temas de pobreza, violencia o muerte, sino de una pequeña obra para teatro de Vicente Leñero en la que “mexicaniza” el “Inferno” de la “Commedia” de Dante Alighieri, de la que tuve conocimiento -hace tiempo— a través de un artículo publicado en la revista “Proceso”.
El contexto inicial es muy semejante al de la “Divina Comedia”. El poeta se dirige al público con estas palabras: “A la mitad del camino de la vida / me encontré de pronto en una selva oscura / lejos de toda senda conocida”.
Tras encontrarse con un leopardo, un león y una loba, el poeta ve avanzar hacia él una figura de mujer de cabellos largos, que viste un sayal y cuyas palabras [los primeros versos de “Primero Sueño”] le llevan a reconocerla: Es [Sor] Juana Inés [de la Cruz], quien, atiende a la súplica de ayuda del poeta, dirigiéndole, entre otras, estas palabras: “Ya no sufras, no temas, / yo habré de ser tu guía. / Te sacaré de aquí.
Y, así como “El Dante” es guiado por Virgilio a través de los distintos círculos que configuran el “inferno”, Juana Inés guía al poeta a través de los nueve círculos que, en la obra del poeta florentino, conforman el “inferno” y que tienen, a su vez, subdivisiones y castigos específicos. En la obra de Leñero, aparecen 22 sectores que, como en la obra de Dante, comienzan en el vestíbulo del infierno en el que, tanto en la Divina Comedia como en el Infierno de Leñero, se encuentran los indolentes y culminan en el más profundo foso del noveno círculo, no de fuego, sino de hielo, en el que, en la “Commedia” Lucifer castiga “personalmente” a Bruto, Casio y Judas, los grandes traidores de la historia, mientras que en el guion de Leñero sigue estando presente Judas, acompañado de cinco militares y un marino poco conocidos, la mayor parte de ellos, traidores en la coyuntura de la independencia.
En la obra de Leñero, el acceso al primer círculo del infierno en el que se encuentran quienes no recibieron el bautismo se da a través del Río Chiconahuapan, uno de los nueve ríos que llegan a Mictlán. En él hay una barca, conducida por Camaxtli “el doble de Micóatl, demonio de Tlaxcala y Huejotzizngo”. En ese círculo se encuentran “los que cantaron al misterio” —Tlaltecatzin, Nezahualcóyotl, Temilotzin, Xicoténcatl—, así como guerreros, esclavos, señores…
En el siguiente círculo, el segundo, Juana Inés y el poeta, encuentran a “Mictlantecuhtli, señor de Mictlán, dios del Infierno del Norte”. En él, volando arrastrados por el vendaval, aparecen hombres y mujeres como “la Güera Rodríguez”, “La Malinche”, “la Valentina” y “la Adelita”; Morelos, Vasconcelos, Iturbide, Pedro Infante, Adolfo López Mateos…
En el círculo de los intemperantes, en donde hace acto de presencia Xólotl, el perro de los infiernos, en medio de una fuerte lluvia y un lodazal y cubriéndose los oídos, el poeta y la poetiza identifican a Silvestre Revueltas, a Agustín Lara.
Pasan por el círculo de los avaros, en donde se encuentran a “Tlaltecuhtli, señor de la tierra, monstruo que devora al sol todas las tardes, demonio que bebe la sangre de los sacrificados, dios que engulle los cadáveres de los que mueren”, mas no logran reconocer a ningún avaro concreto. En el círculo de los iracundos —el último del “alto infierno”, “una laguna negra que es en realidad un pantano profundo”—, en cambio, encuentran personajes conocidos como Emilio “El Indio” Fernández, Salvador Díaz Mirón, así como a Gustavo Díaz Ordaz, “el iracundo de Palacio”, “el criminal de Tlatelolco”.
El poeta y Juana Inés bajan de la balsa en la cual Écatl —el dios del viento— les ha conducido a través del pantano y llegan a la muralla que permite el acceso al “bajo infierno”, donde —ya en el segundo acto de la obra— el poeta establecerá un diálogo con Plutarco Elías Calles en el círculo de los herejes y en el que se encuentran también Ignacio Ramírez “El Nigromante” Luis Buñuel y Diego Rivera. En la laguna de aguas sulfurosas —recinto 1 del séptimo círculo, a cargo de Mixcoátl, demonio de la caza y de la guerra en el que habitan los tiranos— se encuentran Porfirio Díaz, Victoriano Huerta, Antonio López de Santa Anna e, incluso Alfonso Reyes “que se pensó pontífice de la cultura nacional”.
En los círculos más profundos del bajo infierno, el poeta y su guía siguen encontrando dioses autóctonos, entre ellos “Huehuetéotl, el dios viejo, el dios del Fuego” y personajes conocidos: en el bosque de los suicidas y dilapidadores, encuentran a Jaime Torres Bodet, Pedro Armendáriz, Lucha Reyes y “el Chango” Casanova; entre los impíos, sodomitas y usureros que habitan en la llanura pedregosa bajo lluvia de fuego del recinto 3 del séptimo círculo, a Tomás Garrido Canabal, Salvador Novo, José Yves Limantour y Agustín Legorreta, entre otros.
Y el poeta y la poetisa siguen descendiendo a lo más profundo del infierno y encontrando personajes conocidos entre alcahuetes y violadores, aduladores y prostitutas, simoniacos, adivinos, comerciantes, hipócritas, ladrones, malos consejeros, provocadores, falsificadores y, finalmente, traidores, entre los cuales llama la atención que no hay ningún personaje de peso, pero sí quienes sufrieron la traición: Hidalgo, Morelos. Iturbide, Guerrero, Zapata.
El final, más que dramático, un tanto chusco: un “Judas” de cartón que representa a Lucifer, que devora a Judas, el gran traidor y que explota en el momento que Juana Inés y el poeta van a salir de la cueva para regresar al mundo a contemplar de nuevo las estrellas.
Interesante, sin duda esta versión mexicanizada del “Inferno” de Dante surgida de la imaginación de Vicente Leñero; sugerente la ubicación de personajes de nuestra historia patria en los distintos círculos…
Lástima que, por carecer —ahora y aquí— de corrección cultural, probablemente, nunca se representará, a menos que se le hagan las correcciones que exigiría para adecuarla a los paradigmas culturales actuales.