Cuando Cristina compró su primer receptor de radio supo que le cambiaría la vida. Podía planchar toda la ropa del mundo, nunca se cansaría oyendo la música de su rojo Telefunken, de piel, colorido, hermoso, sonoro. Se lo dijo a su hermana Margarita; ésta sonrió, y en la sonrisa le dijo sin palabras que la felicidad no puede ser eterna. Efectivamente no planchó todas las camisas del planeta y sí se cansaba de desarrugar la ropa de casa, pero la música y las radionovelas son lo más hermoso que le ha sucedido, después de su unigénito y sus tres nietos, más creativos, melodramáticos y sonoros que aquel aparato. Ni siquiera la televisión la quitó el trono a la radio. La revolución digital la desbancó, pero en detonante de imaginación no tiene sustitutos.