Cursé primaria en un colegio ultraconservador que rezaba el rosario cada mañana e invocaba al Espíritu Santo cada sesenta minutos. Cuando se estudiaba a Juárez y su gobierno se hacía con el mayor de los respetos y sin satanizar al ilustre mexicano. Luego estudié en el internado de formación sacerdotal con maestros que aceptaban la teoría de la evolución como la versión científica de la historia bíblica de Adán y Eva. Darwin estaba en nuestra lectura atenta lo mismo que el Antiguo Testamento. Mi educación superior, en la UNAM, laica, me llevó a la ciencia de la conducta, el aprendizaje y la memoria, sin dogmas antirreligiosos. Nuestro único dogma era vivir sin dogmas. Por eso me cuesta tanto comprender a los puros de la política, que excomulgan a quienes no piensan como ellos.