Por Heriberto Murrieta
Después del fracaso en el Campeonato Mundial de Catar, la situación de la Selección Mexicana sigue sin componerse.
Resultó vergonzosa la derrota del jueves ante el equipo de Estados Unidos que la hizo ver mal, la desnudó y puso al descubierto sus terribles carencias en términos de calidad futbolística. Y digo calidad futbolística, porque para pelear como pandilleros de barrio sí salieron buenos los jugadores del equipo nacional. Punta de mediocres, pleitistas y malos perdedores.
Al verse superados en el marcador y ya sin ninguna posibilidad de reaccionar, utilizaron el burdo recurso de la violencia. La patada callejera de Montes fue la viva imagen de la frustración. Éste jugador, al igual que el pugilista Arteaga, tienen que quedar fuera durante largo tiempo del conjunto mexicano. ¡Cuánta impotencia y vulgaridad en un equipo de futbol!
Claro que los medios de comunicación también somos partícipes en el inflado de jugadores buenos, mas no excelentes, pues hablamos de ellos todos los días, a todas horas y en todos los programas. Se vuelven figuras mediáticas, muy populares, pero sin el sustento de la excelencia deportiva.
El proyecto de Diego Cocca es insostenible. Un buen entrenador en mal momento. Su voracidad lo hizo abandonar el proyecto de los Tigres. Dejó botada a la institución que a la postre salió campeona del torneo anterior. Sus horas tienen que estar contadas.
La primera decisión importante de Juan Carlos Rodríguez, nuevo presidente-comisionado de la Federación Mexicana de Futbol, debe ser despedir a este técnico que entró con calzador, sin beneplácito ni el consenso de los dueños.
Es momento de poner a un técnico mexicano como Ignacio Ambriz. El inagotable malinchismo de los directivos los llevó a colocar a un estratega sudamericano por tercera ocasión consecutiva. Y está claro que los resultados deportivos van de mal en peor.
