“Si dejo de hacerlo puede detenerse el mundo”, me dice, la voz queda, una monja nonagenaria que durante 73 años de su vida ha dedicado ocho horas diarias a la oración, todos los días, sin excepción por enfermedad, cansancio o vacaciones. Pertenece a una congregación de vida contemplativa que dedica horas y minutos a adorar a su dios. Cuando la investigación periodística me llevó a conocer los engranes e individualidad de los conventos de la diócesis de Tepic, esa anciana me dio una lección mayor: estaba por cumplir 27 mil días de orar de manera ininterrumpida. Entendí entonces que la responsabilidad estaba guiada por el valor que uno da a lo que hace. ¿Quién faltaría a su trabajo si con ello pone freno a la rotación? Conozco quien ganaría un Guinness de inasistencias.