El pacto Lozada-Juárez

Siguen ocultos los restos del Tigre de Álica , para que los masones no los profanen. No le perdonan haber sido aliado de Maximiliano. Por pacto de ambos, Juárez impidió que Corona atacara a Lozada, y éste no se alió con Porfirio Díaz contra la reelección del oaxaqueño.

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Los restos del controvertido Manuel Lozada permanecen ocultos en algún lugar, probablemente en el Panteón Hidalgo de Tepic. Un operativo del que pocos tuvieron conocimiento los mantiene fuera del alcance de los masones, que presuntamente querían desaparecerlos de la faz de la Tierra. No le perdonaban haberse aliado al emperador Maximiliano y ponerse en automático en el bando de los antijuaristas.

Pero la vida y la historia están llenas de paradojas. Dos son especialmente incómodas para los masones: hoy se afirma que Juárez sólo recibió el grado de Aprendiz de Masón y están documentadas  las consecuencias del pacto entre el Tigre de Álica y el presidente zapoteco.

Acostumbrados a escuchar en las conferencias más de lo mismo, en la magistral que con motivo del 150 aniversario luctuoso de Manual Lozada dictó el historiador Pedro López González documentó la seriedad del pacto entre el presidente Juárez y el general tepiqueño y la firmeza con que ambos cumplieron su palabra.

En la colección de 15 tomos Benito Juárez: Documentos, discursos y correspondencia, compilados por Jorge L. Tamayo, publicada en 1974, López González encontró una carta de Ramón Corona, fechada el 8 de octubre de 1867,  donde expresamente desliza un chantaje  al presidente Juárez si no le permite someter a Lozada: “Si no hay campaña de Álica, yo creo que concluyo mi carrera militar y que hasta que el Gobierno pierde con tener estos puntos porque me nulifican. Por lo mismo, yo espero Sr. Don Benito que, si  algo valen mis servicios, si no hay campaña de Álica y después que pasen las elecciones de los poderes de los Estados, me permita mi cuartel otros Estados que no sean los que yo he mandado, yo volveré a ellos cuando haya sentir mi falta… para no verme maltratado.”

El presidente deja anotado al margen del documento: “Enterado que siento mucho la ingratitud con que se trata, pero que es preciso ver con calma los ataques y que más adelante le contestaré sobre lo que me dice respecto a su separación de aquel rumbo.”

El 23 de diciembre, recibe carta de Juárez: Le recuerda “asegurar la conservación de la paz; pero cuidando con empeño  que quede perfectamente asegurada la tranquilidad en el estado de Jalisco”. No son las palabras que espera. Lozada le gana la partida.

Porfirio Díaz encabeza  en 1871 el Plan de la Noria para impedir nueva reelección de Juárez. En busca de aliados, escribe al Tigre de Álica. Le ofrece ser jefe militar de la Costa Noroeste: “Persuadido de que la conducta política de usted, sus antecedentes, prestigio militar y demás méritos que en usted concurren, lo hacen acreedor a las consideraciones de cualquier gobierno que piense en algo más que en su propia conservación, he tenido a bien nombrarlo General el Jefe de la Cuarta Línea Militar, que comprende a los Estados de Nayarit, Sinaloa y Sonora, a fin de que estos puedan concurrir con sus armas para asegurar el orden legal, establecer el sufragio libre y consolidar su Gobierno justo en la República Mexicana, en consonancia con la voluntad de los pueblos.”

Lozada corresponde a Juárez. No contesta a Díaz. Tampoco lo recibe.

A los 150 años de su muerte, los restos del Tigre siguen ocultos en algún lugar del Panteón Hidalgo de Tepic. No se sabe qué harían de ellos los radicales juaristas, los seguidores del Aprendiz de Masón.

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