Por Karina Cancino*
Mi primera Barbie fue la Aeróbica. Llegó en una Navidad y era exactamente igual que la de mi hermanita. La había visto en el programa de Chabelo y era parte de mi lista de deseos, que estaba segura, se cumpliría, porque Santa Claus siempre me traía todo lo que pedía. Tuve otras Barbies, como la Barbie y Los Rocker’s, que traía un cassette de verdad para escuchar la música, y muchos accesorios.
Nosotras hacíamos sus casitas con cartones, con tablas, tornillos, cables y cosas que hallábamos en el taller de electricidad de mi abuelo.
Mi abuela nos hacía la ropa o nos la mandaban a hacer con costureras, pero siempre había retazos que usaba para las muñecas y se fijaba en figurines de ropa que guardaba debajo del colchón y algunos eran de los años 60 o 70.
Las Barbies eran complemento a los juegos con latas, trepaderas en los árboles, baños de arena, y azoteas invadidas, así que fueron compañeras de nuestras aventuras.
En casa, mi abuelo Gil nos enseñó a que no había límite: “si vas a ser albañil, debes ser la mejor albañil”, y otro sin fin de profesiones inombrables que no diré por pudor, pero siempre era con mira de “ser siempre lo que quiera ser”.
Me lo decía el abuelo “Ken”, que estoy segura no supo que su visión era algo “feminista” a pesar de ser criado y hacer efectivo el machismo y patriarcado en distintas circunstancias.
No soy la Barbie “gringa” que representa el futuro, casi siempre prominente, y que viene de una cultura distinta a la mía, pero soy la Karina que quiero ser, y que se emociona con las posibilidades. Pero si tuviera que utilizar la etiqueta rosa, sería La Barbie Persona.
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*Comunicadora