Por Karina Aguayo*
Para quienes tienen la suerte de conocerme, mala o buena depende a quien le pregunte, sabrán que por naturaleza suelo ir contra corriente. No sé a qué se deba, pero crecí cuestionándolo todo. Si veían Chabelo, a mí no me gustaba. Si la moda era “Onda Vaselina” yo prefería el Grunge de los noventa. Iba contra todo lo que moviera a las masas, creo que captan la idea. Bueno, lo mismo me sucedió con la muñeca Barbie: no, no fue mi juguete de ensueño.
Me obsequiaron un par. Creo que jugué teniendo 8 o 9 años tal vez un par de veces con ella. Nada especial en mi niñez, prefería el Hornito Mágico debo admitir. Lastimosamente ése nunca llegó, pero la magia de Barbie, esa vino después…
Mi pequeña -ya no tan pequeña-, casi en vísperas de sus dulces 16, ha sido fan de la famosa muñeca desde que recibió su primera Barbie. Aun cuando competía con otros juguetes novedosos y tal vez más interactivos, Barbie siempre estuvo presente aunque en una versión más actualizada pues con la modernidad vinieron las series y películas animadas de Barbie que embelesaron a mi hija. Perdí la cuenta de cuántas veces vimos Barbie: el secreto de las hadas o Barbie: una aventura de sirenas. ¡Es más, aún las ve!
Es curioso cómo las mujeres aprendemos a ver el mundo con otros ojos al convertirnos en madres. Lo que no me impactó durante mi niñez, lo termine experimentando con mi hija. Podré tener mil y una opiniones sobre la popular muñeca, pero la magia que envuelve el mundo de Barbie, más allá de lo superficial, los colores y la moda o del fenómeno social en el que se ha convertido recientemente por el gran manejo de imagen y comercialización -ése es tema para otra ocasión, por cierto-, pero no nos desviemos del punto, la ilusión que genera en las pequeñas, ya sea con la muñeca o como en nuestro caso, ver las más reciente de las películas animadas.
Y no hablo solo de la figura en sí, sino de lo que provoca y lo que se desencadena con ella: los recuerdos de momentos con mi pequeña que jamás olvidaré, sus manitas emocionadas atacando las palomitas en casa viendo la serie animada una y otra vez.
Adentrándonos en lo personal, Sofía, hija única, yo mamá soltera; el típico escenario donde mamá trabajaba todo el día y el poco tiempo que tenía con ella sólo quería hacer lo que sea que la hiciera feliz. La recuerdo perfecto con sus mallones rosas pálido, una falda de tutú fucsia, su playerita de Barbie con sus converse rosas de botita, esa explosión en rosa -color que a mamá no le va en absoluto por cierto- era mi absoluta adoración!
Y ahí es donde para mí, la magia de Barbie inició, me permitió vivir momentos inolvidables con mi pequeña, verla jugar y vestir la muñeca, amaba peinarla por horas y en ocasiones intentar cambiarle el peinado con un desafortunado tijeretazo.
La versatilidad que Barbie nos presenta nos permite encontrar una Barbie de acuerdo con cada personalidad y “ser lo que quieras ser”en un mundo en el que las nuevas generaciones claman por encontrar una identidad que los refleje, algo que pareciera banal, tal vez refleje ese anhelo por encontrar un lugar en el mundo.
Pero mas allá del slogan, la mercadotecnia y consumismo, el fenómeno Barbie revive la magia de esos recuerdos que nos han formado a chicos y grandes. En mi caso evoca la mejor de mis versiones: la de ser mamá.
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*Comunicadora y administradora de medios