El Enrique laico al que he evocado en este espacio comenta que el proceso por el que los hombres se convierten en dioses por obra del poder inicia con la infalibilidad, cualidad que entre los humanos sólo tiene el Sumo Pontífice cuando declara sobre temas de fe y dogma: está preservado de cometer errores, por la asistencia del Espíritu Santo. Piensa que en los políticos el sentimiento de jamás equivocarse lo da el sufragio. Le recuerdo la frase contundente de Lucas Vallarta al respecto: “Es suficiente que un hombre sea presidente de la mesa de debates para que ese pequeño poder lo haga infalible a sus propios ojos”. Y entonces necesita una espiral donde los subalternos toman por dogma sus palabras, para que se consume su transmutación en vicario y luego en Dios.