Por Ricardo G. Tirado Ruano
Mi primer acercamiento con los libros fue mi abuelo, don Alfonso “El Chato” Ruano. No me quiso convencer de leer, pero lo vi leyendo. Desde que tengo uso de razón lo recuerdo sentado, con sus lentes puestos, mirando esas páginas que tantas emociones le han generado. Lo escuché reír a carcajadas y, también, lo vi mojar el papel con sus lágrimas.
Mi abuelito –porque se enoja si le digo “abuelo”– siempre ha sido un hombre sentimental, algo raro para su generación. Es la excepción y no la regla que una persona nacida en 1935 evidencie sin temor y sin vergüenza lo que siente. Y no solo eso, sino que también se tome la libertad de invitar a los demás a no reprimirse. Conmigo lo hizo, y recuerdo perfectamente sus palabras: “llore, cabrón, los hombres también lloran”.
Por mucho tiempo me pregunté cómo fue que mi abuelito había construido su forma de ser, o, tal vez, deconstruido.
Creció en un ambiente de limitaciones debido a la ausencia de su padre, don Rafael Ruano. Un cabrón alto y delgado, de tez blanca, pistola al cinto. De esos que no lloraban, pues. Debido a eso, pudo estudiar hasta quinto de primaria. Había que llevar dinero a casa y a los 11 años consiguió su primer trabajo formal, en el Ayuntamiento de Tepic, manejando el camión de la basura (le ponían una jaba de Coca-Cola en el asiento para que alcanzara a ver).
Ya de adulto retomaría sus estudios mientras laboraba en la Universidad Autónoma de Nayarit, donde, por cierto, se involucró en la huelga de 1978, de lado de los inconformes. Puedo decir que, también, el ejemplo de mi abuelo influyó en mi formación política-ideológica.
Con una preparación académica tan pobre, ¿cómo fue que logró ser un hombre equilibrado en todos los ámbitos de su vida? No tengo duda que fueron los libros que leyó lo que marcó la diferencia. No solo el trabajo dignifica, también los libros.
A mí me habría gustado tomar el hábito de la lectura desde niño. En la adolescencia lo tomé, por decisión propia, porque tuve el ejemplo de una de las personas que más admiro y quiero. Pero, ¿qué va pasar con las niñas y niños que no tienen el ejemplo que tú o yo tuvimos? O, lo que es peor, ¿qué va a pasar con las niñas y niños que crecen en condiciones materiales y económicas adversas? Para ellos leer no es opción. Tienen que trabajar para comer y, con un poco de suerte, ir a la escuela.