Por Raúl Isaías
Cada vez que comienza la temporada de lluvias, no lo tomo siempre de la mejor manera, y es que al menos de un “baño” no me libro. También tiene la mala costumbre de que siempre llega un aguacero, ya sea al salir del trabajo o cuando uno quiere salir a divertirse. Qué se le va a hacer, ¿verdad? Y eso es en lo que respecta a la lluvia, que es lo menos negativo. ¿La peor parte? Pues tendría que ser los charcos, sí, esas pequeñas lagunillas que surgen de baches o desniveles; me parece que son el terror de los peatones.
Voy quizás un 80% a pie, y aunque puedo evitar los charcos al dar pasos largos, a menudo no me va bien en cuanto a los autos, porque cuando pasan cerca de la banqueta, ¡un segundo baño! Y ese tiene la peculiaridad y desgracia de no ser tan limpio como el primero.
¿Podría la lluvia que te sorprende en el camino tener algo positivo? Yo diría que sí, definitivamente se puede aprovechar el momento para sacar el celular y tomar algunas fotos, ya sea con gotas de agua sobre cristales o utilizando los charcos que se vuelven espejos, como esa vez que vi a un perrito bebiendo agua de uno de ellos.
La mayoría de mis fotos, si no es que todas, son solitarias. Desde hace mucho, he encontrado refugio en tomar fotos de lo que me llama mucho la atención, y entre esas cosas han ido apareciendo puertas, muros, paisajes y, sobre todo, lugares abandonados, que me han atraído especialmente. Si bien mis fotos no tienen protagonistas, a veces me permito incluir gatos, perros, especialmente callejeros, como el de la foto.
Les había mencionado que casi siempre ando a pie, y cuando no lo hago, aprovecho el tiempo en el transporte público para revisar las fotos que he tomado. Decido si conservar alguna, editarla, desecharla o recuperarla, y luego elijo compartir alguna de ellas públicamente. Sí, creo que esa es mi principal afición y me parece que es un ejercicio que incluso resulta terapéutico.

