En Definitivo | Alianzas fatídicas

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Recuerdo el estruendoso silencio que completaba perfecto el paisaje grisáceo que un aula en la Universidad Autónoma de Nayarit cobijaba, éramos participantes de un evento del Instituto Nacional Electoral (INE) y mis palabras presuntamente causaron conmoción en el lugar, rompí la ley de facto y mencioné a lo innombrable. Hace unos 10 años, personal del INE acudió con unos cuadernillos a levantar distintas mesas de análisis en la Universidad, a las cuales fueron invitados políticos, academia y sociedad civil. En ellos nos enumeraban más de una decena de riesgos para la democracia que a través de sus estudios habían identificado.

No obstante, al cuestionarnos sobre si percibíamos otra bandera roja para la democracia, además de la desigualdad económica y de género, el desinterés de la sociedad, el abandono de los grupos vulnerables, la falta de presupuesto, y representación femenina, decidí agregar un problema que no estaba contemplado en lo escrito por el INE, pero que en aquel momento ya comenzaba a ser un tema en el sur del país, el crimen organizado. Aquello enmudeció a la mesa, que prefirió no opinar al respecto. Eran otros tiempos, unos en que después nos enteraríamos a través de un juicio en Estados Unidos, que nuestro estado había vivido una narcoelección.

Este problema que dudo haya sido tema tan sólo en nuestra mesa de trabajo, fue guardado en audio y archivado por el INE, del cual ya era consejero Lorenzo Córdova Vianello, quien después se convertiría en consejero presidente y 10 años después vendría a Nayarit a hablar sobre los riesgos de la democracia y confirmaba que este 2024 viviríamos una elección marcada por la violencia. La pregunta quedaba en el aire, ¿qué acaso no lo vimos venir?

Hace unos meses comencé a leer el ensayo de Steven Levistky y Daniel Ziblat titulado Cómo mueren las democracias. Un auténtico manual para identificar todas las red flags de personajes y situaciones que tienden a convertir los regímenes políticos en autoritarismos. En su primer capítulo titulado Alianzas Fatídicas, los autores hacen la referencia a la fábula de Esopo titulada El caballo, el ciervo y el cazador, aquella en que un caballo busca venganza sobre un ciervo que lo había ofendido, sin embargo, al verse imposibilitado para alcanzarlo, busca apoyo de un cazador, que se compromete ayudarlo a cambio de colocarle una silla y unas espuelas que ayudarían a la búsqueda del cérvido. El caballo acepta y pronto logra su cometido. No obstante, al querer librarse del cazador este se niega y decide mantener el sometimiento al que el caballo por un fin pasajero se había sometido. Algo similar a la historia de los dictadores y populistas, que aprovechándose de la fragilidad de las instituciones y de la ambición de los políticos, lograron instaurar gobiernos autoritarios, como lo narra ese texto.

Este capítulo que, aunque bien podría ser tema de estudio para explicar la asunción y el accionar del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en una tropicalización, también pudiera ser un motivo para entender las relaciones entre el poder fáctico que ha desmonopolizado la violencia del estado y los gobiernos de nuestro país.

Para hacer ilustrativo el hecho, basta con recordar las enseñanzas que nos deja el documental How to Become a Boss Mob o Cómo se convirtieron en capos de la mafia, presentado por Netflix el año pasado. Esta recopilación de entrevistas y análisis de expertos dejan en claro que los líderes del crimen organizado suelen buscar alianzas con figuras de autoridad o políticos por una simple razón: la sobrevivencia.

La protección y el poder que puede brindar un estado es vital para la carrera delictiva, o por lo menos lo era, en los tiempos de antaño, en que el líder criminal se sometía a entregar parte de sus ganancias y algunos que otros favores a una ambiciosa clase política dominante, que, como el cazador, subyugaba al mafioso que por no terminar en el panteón o la cárcel se convertía en un vasallo más del juego.  

Esta relación fue cambiando con el paso del tiempo. El caso más sonado, llegó en Colombia. Ahí Pablo Escobar, demostró una tener una visión política, capaz de corromper las altas esferas del país. No obstante, la clase política colombiana le recordó su estatus de caballo y al verlo entrar al juego no dudo en humillarlo y expulsarlo del recinto destinado a los cazadores.

Esto significó un punto de quiebre, en que el líder criminal dejó de lado la diplomacia, para imponer a través de la fuerza su visión, iniciando uno de los episodios más oscuros en la historia del país sudamericano, en la que el terrorismo y el derramamiento de sangre civil, llevaron a la clase política a repensarse y terminar cediendo, en cierta a manera a los deseos de Escobar.

Ese capítulo en la relación mafia-política, significó un cambio trascendental, instaurándose como una especie de acción de manual para líderes del crimen organizado en el futuro, quienes se han empoderado al borde de sustituir al Estado en algunos casos. Antes el líder mafioso debía buscar al político para lograr su supervivencia. Hoy se dice que el político es quien busca al criminal, lastimosamente no sólo para acceder al poder, sino incluso para garantizar la gobernanza. 

La balanza ha dado la vuelta, y hoy en estas alianzas fatídicas, el político luce como caballo y el criminal como cazador. Tanto que tan sólo en este proceso electoral, el periódico El Financiero, contabiliza en su Violentómetro, un total de 21 políticos asesinados, mientras que el presidente Andrés Manuel López Obrador revela que más de 500 candidatos han solicitado protección federal para poder realizar su campaña. 

EN DEFINITIVO… En muchos lugares del país la democracia no ha muerto, pero está siendo acribillada. Hoy el privilegio de la seguridad en nuestro estado, nos permite a los nayaritas enterarnos que solamente dos candidatas han solicitado protección. Sus nombres Geraldine Ponce y Sofía Bautista, quienes compiten por la alcaldía de Tepic, las cuales seguramente han hecho el trámite temerosas no tanto del crimen organizado, sino de la violencia que puede generar el fanatismo y la polarización que sus partidos han impulsado en todo el país. Afortunadamente, están más cerca de una mentada de madre o un escupitajo, que de la extorsión o las balas.

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