Llegar a Jala, en el estado de Nayarit, es como adentrarse en una pintura donde los colores y la serenidad se mezclan de manera perfecta, este pueblo mágico, conocido por su hospitalidad y belleza, recibió a decenas de familias con los brazos abiertos en una soleada mañana de junio.
Desde el primer momento en que se pone un pie en las calles de Jala, envuelve una sensación de paz. Las casas coloridas se alineaban a lo largo de las calles empedradas, cada una con su propio encanto y carácter, los tonos vibrantes de las fachadas, desde el amarillo sol hasta el azul cielo, reflejaban la alegría y el espíritu acogedor de los habitantes de Jala. Los balcones adornados en las viviendas y restaurantes con flores frescas y los detalles arquitectónicos tradicionales transportaban a un tiempo donde la vida transcurría a un ritmo más lento y armonioso.
Afuera de muchas de estas casas, los residentes habían dispuesto mesas con recuerdos hechos a mano, tazas diseñadas con las letras de Jala y fotografías de cada rincón del municipio. Cada pieza, desde pequeños adornos hasta artesanías más elaboradas, contaba una historia de tradición y creatividad mientras los vendedores, con una sonrisa, contaban sobre las técnicas y el amor invertido en cada artículo. Es evidente que Jala no sólo era un lugar para ver, sino también para sentir y vivir.
A medida que avanzaba el día, el aroma de la cocina tradicional por las angostas y anchas calles comenzó a llenar el aire. Los restaurantes, sencillos, pero con su propia esencia, estaban repletos de visitantes ansiosos por degustar la gastronomía local. Nos dirigimos a uno de ellos, atraídos por el prometedor olor que emanaba de su interior. Nos sentamos en una mesa de madera, y pronto fuimos atendidos con una variedad de platillos que resaltaban los sabores auténticos de Jala. Desde el tradicional pozole hasta las enchiladas, cada bocado era una delicia que celebraba la riqueza culinaria de la región.
Con el estómago satisfecho y el corazón contento, se concluyó el recorrido por Jala. El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, bañando el pueblo en una luz dorada que hacía que los colores de las casas y las calles resplandecieran aún más.
Cada familia, cada visitante deja Jala con una profunda apreciación por su belleza, su tranquilidad y su gente. Este pueblo de Nayarit no sólo ofrece un escape del ajetreo diario, sino también una lección sobre la importancia de conservar y valorar las tradiciones y la simplicidad de la vida. Sin duda, Jala es un rincón del mundo que invita a regresar, una y otra vez.