“Del estiércol levanta / a quien no sea noble. / El Dinero todo compra y vende, / y lo que ha dado, recobra” Carmina Burana*
Las campañas electorales de este año, pusieron al descubierto la presencia de retorcidas redes de interés ocultas bajo la piel de la libertad de prensa. Me refiero a ese derecho humano consagrado en la Ley Fundamental de nuestro país, artículo séptimo. Quedaron involucrados periodistas, académicos y políticos-empresarios. El saldo fue cruelmente negativo para la prensa, que quedó atrapada en los procesos generalizadores, como si toda la prensa fuera una y la misma ‘tinta’.
El daño colateral causado por las generalizaciones, afecta a esa parte de la población que requiere información certificada. Impacta casi mortalmente a la prensa que requiere fuentes de financiamiento.
¿Debieron ocultarse las retorcidas redes y podridas formas de financiamiento de intereses que realmente son ajenos a la prensa? La respuesta es inmediata: no, absolutamente no. Ocultar esa información habría sido una traición misma a la libertad de prensa y al espíritu de ese derecho humano, el derecho a saber.
No solamente no deben ocultarse las revelaciones y resultados de investigaciones, sino que eso debe servir para analizar el presente y el futuro de la prensa. Esa prensa va a continuar existiendo, de una u otra forma, por unos o por otros medios y con sobrada razón. Esa es la causa por la que no debe quedar en el olvido lo ocurrido con personajes vinculados con el comercio de medicamentos, así como con algunos periodistas y la compra y venta de plumas. Llama la atención el caso de académicos a los que suponíamos alejados de las bolsas (de dinero) que se mueven en el duro mercado electoral y del poder (político o del dinero o ambos).
Me refiero a esas personas que han optado por actuar como militantes de inexistentes partidos que se reducen a simples conjuntos de siglas. Dicho con mayor precisión: me refiero a personas que han tomado dinero de origen en extremo oscuro o en extremo público y notorio, aunque parecían movidos por el interés de abonar a los terrenos de la verdad. Ahora nos encontramos con que, lo que movía a esos académicos era el saber, el saber como valor de cambio y no como un valor de uso.
Resulta triste saber que así sea. Muy lamentable que se involucre a un organismo como al que pertenecieron gigantes de nuestras letras, como el acaponetense Alí Chumacero y como el santiaguense Ernesto Flores Flores. Me refiero, naturalmente, a la Academia Mexicana de la Lengua, que no debería ser cargada entre las extremidades inferiores de nadie.
Aclaremos un poco el paisaje. Claro que todos los académicos pueden hacer lo que les pegue la gana. Ese es un derecho de todos; no solamente decir, sino hacer lo que se les pegue la gana. Solamente que “para tener libertad de pecar a gusto” (Vasconcelos dixit), es necesario desprenderse de la buena fama que se liga a la buena reputación. ¡Pero quieren todo, quieren el dinero y la gloria, quieren el dinero y la fama!
Estos “respetables académicos” quieren todo; quieren el derecho de entrar a cualquier cantina del brazo de cualquier persona y tomar hasta andar en cuatro extremidades y que todo mundo “disimule”. ¡Quieren que todo mundo haga como que no los mira!, para luego regresar tan campantes y dignos, a dar clases de progresismo. Por eso, muy bien, aunque duramente, decía el Maestro de América: “Por mentirosos, por acomodaticios, nuestros intelectuales son gente efímera que no pasa a la historia”. Estos claman por el reconocimiento público y rinden por unas cuantas monedas hasta las partes del cuerpo que Camilo José Cela propone no donar.
Cierto es que la miseria no es fuente de riqueza. Para ser un pueblo culto, es necesaria la riqueza. No se trata de una riqueza monumental, enfermiza, sin sentido sin dirección. Se trata de una riqueza que permita acceder a niveles de bienestar decentes, sin opulencia grotesca, sin los excesos que ofuscan. Por esa razón, aquellos intelectuales que se afanan enloquecidos por la riqueza material, dineraria, por lo general acaban comportándose como patanes, como gañanes, como ganapanes.
Lo mismo ocurre con el ejercicio de la libertad de prensa. Hacer periodismo en nuestros días requiere de recursos, lo mismo que en los tiempos de Francisco Severo Maldonado; los Flores Magón no aparecían dinero como por arte de magia para adquirir papel, la tinta y el equipo de impresión. Nadie hizo la Revolución muriéndose de hambre. Lejos de tales hazañas, el periodista de nuestros días debe contentarse con una condición diferente y más merecida. Los que no se contentan acceden a cantidades millonarias, pero cierran las puertas al periodismo y optan por la actividad panfletaria con apariencia periodística. También están en su derecho, como otros están en su derecho de mostrarlos como lo que son.
En cuanto a los académicos, creo que no es esta la primera vez que muestran toda la desnudez de sus ambiciones dinerarias. ¿Cuántos cínicos, solemnes, bufones, hipócritas, fariseos y sepulcros blanqueados, no hemos visto pasar ante nuestros rostros? Y hasta se esfuerzan por pasar como sólidos intelectuales a los que se les debe rendir pleitesía… y pagar con millonadas de dinero.
Lo que queda claro como indiscutible axioma, es que no todos los académicos e intelectuales son iguales. Asimismo, es claro que el dinero mueve al mundo. Al mundo del conservadurismo, lo mueve el dinero. Al mundo del liberalismo, también lo mueve el dinero. Justo es cerrar apegándonos a los versos goliardos: “Y puesto que se acaba todo / cuanto la gloria del Dinero desea, / de su camino apartarse quiere/ la sabiduría, tan sólo”. Apártese del dinero hasta donde pueda pues, el que quiera, el que pueda y el que deba.
* Fragmento de “El Rey es el Dinero”, del Carmina Burana en traducción de Carlos Montemayor (JM, 2000).