Suele decirse ―creo que con razón― que incluso las personas más creativas deben la mayor parte de su creatividad a otras personas ―de ahí aquello de que estamos montados “sobre los hombros de gigantes”.
En el caso de las maneras personales de gobernar en nuestro país ―al menos en los últimos cien años―, desde la perspectiva de los populismos, tres populismos con sus semejanzas y diferencias: el populismo clásico de Lázaro Cárdenas, el populismo de Luis Echeverría y el que se pudiera denominar populismo del siglo XXI de Andrés Manuel López Obrador.
Como suele suceder en los más diversos contextos y, de manera muy especial en el amplio cambio de la política, el término “populismo” ha adquirido sentidos de lo más variados y valoraciones positivas y negativas.
A pesar de esas divergencias innegables se ha llegado a cierto consenso en cuanto a una serie de componentes de los populismos que permiten describirlo de la siguiente manera:
Se trata de un modelo político encabezado por de un líder carismático que se apodera del discurso, utiliza los fondos públicos de manera discrecional, reparte dinero directamente, separa en dos a los sociedad, desaparece o coloniza instituciones, lleva adelante acciones por encima o por fuera de la ley.
Tal vez no sea fácil mostrar que el populismo cardenista y el echeverrista correspondan a esta descripción, pero, en el caso del populismo lopezobradorista sí lo es porque hemos tenido al frente del país a un líder carismático:
Que, sin atacar directamente y a fondo la libertad de expresión, ha sido capaz de adueñarse del discurso desde las mañaneras no solo al hablar con pretensión de verdad, sino al determinar la agenda informativa, desacreditar cualquier voz disidente y, sobre todo, al ser tomada como información veraz.
Que ha utilizado de manera discrecional un alto porcentaje de los fondos públicos dirigiéndolos a sus megaproyectos, reasignando miles de millones de pesos originalmente destinados a otros sectores. [Solo en el año 2023, estas reasignaciones alcanzaron un total de 1,598,626 millones de pesos, en las que destaca la reasignación de -104,191 millones del sector salud y la reasignación de +130,004 millones al sector energía -léase Pemex―] y apropiándose de diversos fondos públicos y fideicomisos. [La extinción de 109 fideicomisos proveyó al gobierno federal ―por una sola ocasión― de un monto de 68,400 millones de pesos que se reasignaron a la emergencia sanitaria por la Covid-19 y a programas sociales para las personas más vulnerables].
Que ha creado una serie de programas sociales que, junto con la apropiación del discurso, han sido los pilares sobre los que se ha construido el éxito innegable del populismo lopezobradorista. Especialmente exitosos han resultados dos de esos programas: la Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores y la Beca Universal para el Bienestar Benito Juárez de Educación Media Superior: aquella porque atiende a un amplio sector de población que no contaba con ningún tipo de pensión y esta porque se trata del sector que está accediendo a la mayoría de edad y, con ello a la posibilidad de participar en las elecciones.
Que ha proclamado, a tiempo y destiempo, una y mil veces, la división tajante entre conservadores y transformadores ―con toda la carga ideológica y valorativa que trae consigo―. Una proclama que ha sido, sin duda, otro de los ejes del populismo lopezobradorista y que ha penetrado hasta lo profundo de la sociedad en su conjunto y en la casi totalidad de sus integrantes. La complejidad de una sociedad como la mexicana simplificada en dos grupos que no tienen nada en común y que hacen posible, incluso, el que quienes cambian de bando se purifiquen y salven o se contaminen y condenen.
Que ha colonizado instituciones que tenían una relativa autonomía y que actuaban como contrapesos y limitantes del poder como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y la Auditoría Superior de la Federación y, más recientemente, el Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Federal Electoral del Poder Judicial de la Federación; que está a punto de colonizar ese poder acabado de mencionar y de desaparecer otra serie de organismos autónomos, cuyo número [7] tiene un carácter simbólico de totalidad que no deja de ser significativo]: Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), Comisión Reguladora de Energía (CRE), Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH), Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu).
Que ha dado lugar a cientos de controversias constitucionales derivadas de presuntas violaciones a las leyes y que ha incumplido una amplia serie de sentencias dictadas por el Poder Judicial de la Federación como la emitida en relación con la aplicación de vacunas en la coyuntura de la pandemia; las suspensiones concedidas en contra de la construcción del Tren Maya y del aeropuerto Felipe Ángeles y contra la distribución de libros de texto gratuitos que no estaban de acuerdo con los planes y programas de estudio aprobados, así como la orden de entrega de información pública determinada por el INAI y la resoluciones contra las reformas en materia de energía.
A propósito del populismo lopezobradorista, se la ha comparado, a nivel nacional, con el de Luis Echeverría y, a nivel internacional, sobre todo con el de Nicolás Maduro. Sin embargo, de acuerdo con un artículo reciente de José Woldenberg publicado en El Universal y titulado “¿Espejo?” una buena ―quizás mejor― comparación sería con el populismo aplicado por Viktor Orbán en Hungría, tal como lo describe Timothy Graton Ash en su libro “Europa. Una historia personal”.
“En 2010, Fidesz, su partido, logró el 53% de los votos, pero ‘un sistema electoral muy particular’ le permitió hacerse de ‘más de dos tercios de los escaños’ (¡Ah, caray!, ¿suena conocido?).”
“Fidesz neutralizó uno tras otro los controles y equilibrios de la democracia liberal: el Poder Judicial, la Fiscalía General del Estado, la Administración Fiscal, la Oficina Nacional de Auditoria, la Comisión Electoral, los medios de comunicación…”.
“En épocas electorales, la mayor parte del aparato estatal se movilizaba para apoyar a Fidesz… Las posibilidades de obtener un empleo de funcionario o un contrato público dependían cada vez más de la lealtad demostrada al partido en el gobierno. Se acosaba a las organizaciones de la sociedad civil, algunas de las cuales cerraron”.
Pepe Woldenberg ―así le llama mi gran amigo Antonio Herrera― concluye con estas sabias palabras: “Toda analogía entre países debe tomarse con pinzas. Pero las experiencias no son tan singulares como algunos creen. Vale la pena, por un momento vernos en el espejo de otros”.