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domingo, febrero 9, 2025

“María”

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Proveniente de una tradición del mundo antiguo en la que se consideraba el ahora denominado mes de mayo como la plenitud de la primavera y en el que era un mes dedicado a Artemisa, la diosa de la fecundidad en Grecia y a Flora, la diosa de la vegetación, en Roma, en el siglo XVII o siglo del barroco, se empezó a dedicar un mes a María, la Madre de Jesús y “Madre del Hijo” hasta que dicho mes quedó fijado en el mes de mayo.

Sin embargo, hay otro mes del año en que la figura de María, tanto en la liturgia oficial como en el catolicismo popular, se hace particularmente presente: el mes de diciembre.

La irrupción decembrina de María tiene una primera expresión oficial el día 8, fecha en que se celebra su concepción inmaculada en el seno de Ana, su madre o, dicho de otra manera, a María en su advocación de la Inmaculada Concepción, de la que hay algunas imágenes tridimensionales y pinturas verdaderamente bellas y con la que se identificó ante Bernardette Soubirous en la gruta de Lourdes el 25 de marzo de 1858: “Je suis l’Immaculée Conception”.

Ahora bien, en nuestro país, la presencia decembrina de María comienza desde finales del mes de octubre ya que el 28 de octubre dan inicio los 46 rosarios que desde finales del siglo XIX se rezan ―ordinariamente en distintos hogares de colonias y barrios― como preparación a la solemnidad del 12 de diciembre que es, en nuestro país, una de las fechas en que ―incluso en un contexto en el que el catolicismo en general y el guadalupanismo en particular han mermado significativamente― emergen destellos de fe; de una fe auténtica y profunda en muchos casos, especialmente en el mundo rural y en las colonias populares.

Mas no todo termina ahí, porque la presencia decembrina de María prosigue con las nueve posadas previas a la Navidad, en las que la mujer a punto de dar a luz a su hijo ocupa un lugar importante, como también lo hace en los nacimientos…

En los días cercanos a la Navidad, en las lecturas de la liturgia de adviento se va haciendo presente la figura de María, hasta culminar, en la misa de la Nochebuena, con las palabras lucanas que, en su parquedad, las dejan abiertas al misterio sacro: “le llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada”.

Por si no fuera suficiente, el primer día del año nuevo, la Iglesia Católica lo inicia celebrando a María, esta vez como “Madre de Dios” [Theotokos], esa expresión que suena casi blasfema y que, sin embargo, constituye uno de los puntos de llegada de los debates cristológicos en el Concilio de Éfeso el año 431, en el que se consideró que Christotokos [Madre de Cristo] no era una denominación satisfactoria para expresar la maternidad mariana de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Aunque de la apariencia de otra cosa, el título de estas ”palabras” no surgió, originalmente, para discurrir en torno a la figura de María y su significa presencia decembrina, sino para referirme al estreno, en este contexto decembrino., de una película que lleva ese nombre y que busca ofrecer una imagen cinematográfica más de María.

Se trata de un filme dirigido por Daniel John Caruso; protagonizada por dos actores israelíes en los papeles de María [Noa Cohen] y José [Ido Tako] y por el actor inglés Anthony Hopkins en el papel del Rey Herodes e incorporada a la programación de “Netflix” el pasado 6 de diciembre.

Las “palabras” que viene a continuación expresan mi recepción de “María” poco después de haberla visto…

Ante todo, es preciso recordar que el cristianismo es una religión en que la encarnación desempeña un rol clave por lo que en él no hay una separación tajante entre lo sacro y lo profano, lo celeste y lo terrestre, lo material y lo espiritual, lo religioso y lo político, la apariencia y la realidad o, dicho más técnicamente, los fenómenos y los nóumenos…

De ahí las dificultades para personificar a una joven mujer que, de pronto, empieza a desempeñar un rol trascendental en la historia de Israel y, de alguna manera, en la historia de la humanidad, sobre todo siendo que hay muy pocas hechos verificables y, menos aún, verificados acerca de su vida.

En ese contexto, Timothy Michael Hayes, el guionista, la presenta como una mujer consagrada a Dios desde su nacimiento, que vive en el templo de Jerusalén, bajo la tutela de Ana, la profetiza que aparece en el evangelio según San Lucas y que, sin embargo, descubre el llamado a desposarse con “un desconocido”: José y que, por su embarazo prematuro, ve comprometida su vida, la de su hijo por nacer y la del propio José…

La figura del arcángel Gabriel ―presente en todos los momentos clave― y la del “tentador” me parecieron algo exageradas, pero menos que la figura de un José ―interesante en principio por su frescura jovial― que mata al “tentador” y a “la mano derecha” del mismísimo rey Herodes, así como las escenas “épicas” de la huida a Egipto…

Otra dificultad propia de este tipo de temas es la de intentar combinar la tradición presente en el evangelio según San Mateo y el evangelio según San Lucas [los únicos en los que hay referencias explícitas al nacimiento de Jesús…]. Y creo que en “María”, tenemos otro intento fallido de ese propósito, tal vez, inviable…

No sé si al momento de verla estaba más encendida mi razón crítica que mi sensibilidad de fe, pero, la verdad, “María” no produjo en mí mociones internas relevantes como, en su momento, lo han hecho otras de temas semejantes –Natividad, de 2006, por ejemplo―…

Leer críticas no muy positivas en varias partes, me ha dejado un poco más tranquilo por lo escrito aquí, pero no evita que concluya invitando a verla, de ser posible desde la apertura de esa fe capaz de mover montañas y de incursionar en el misterio…

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