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sábado, agosto 2, 2025
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Quatlasupe: la que aplasta la serpiente

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Por Manuel Salinas Solís

El jueves se cumplieron 493 años de las apariciones  de la Virgen de Guadalupe, símbolo mayor de mexicanidad a grado tal que aún quienes no profesan la religión católica en México así la reconocen.

La célebre y muy conocida frase de “soy ateo pero también guadalupano”  describe cuan hondo cala desde hace siglos el guadalupanismo no sólo en México y los mexicanos sino en muchas otras partes del mundo.  

Una ocasión en Perú, caminando por el Mercado de la Papa en Lima, con sus más de 4 mil variedades silvestres,  me di cuenta de que la mayoría de los puestos y locales guardaban en algún rinconcito iluminado con titubeante luz de veladora, la imagen de la Virgencita mexicana. Se dice que tal fervor en la tierra de los incas lo  impulsó Fray José Mojica actor y tenor mexicano que alcanzó gran fama a comienzos del cine sonoro y que en medio de ella abrazó los hábitos franciscanos y fue a servir hasta su muerte en un convento limeño.

Esta devoción por la Virgen “del color de la tierra nuestra” como de ella dijera la comandante Ramona del EZLN, no sólo la veneran los países latinoamericanos.

Por ejemplo en la ahora restaurada catedral de Notre Dame  en París y desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, existe una capilla dedicada a ella  siempre colmada de turistas provenientes de México y Latinoamérica principalmente.

En el incendio ocurrido hace cinco años que a punto estuvo de acabar con la bella catedral parisina, la capilla de nuestra Guadalupana permaneció intacta.

Quizás pocos sepan que como don Miguel de Cervantes Saavedra, nuestra Virgen Morena estuvo presente también en la celebérrima Batalla de Lepanto en la que lucharon los ejércitos de la Santa Liga (monarquía hispánica los Estados Vaticanos, la República de Venecia y Génova, el Ducado de Saboya y Malta) y de la otra los ejércitos del poderosísimo Imperio Otomano.

Ocurrió que el segundo arzobispo de México Fray Alonso de Montúfar, mandó hacer una copia al óleo, del ayate juandieguino portando la venerada imagen de la Virgen y la mandó regalar a Felipe II rey de España quien a su vez la cedió a su hermano Juan de Austria y éste luego de imponerlo de la naturaleza milagrosa de la imagen, la confió al almirante Andrea Doria quien estaría al mando de las tropas cristianas que enfrentarían a los ejércitos otomanos.

La batalla resultaría dispareja. La superioridad otomana era notaria por el número y potencia de los buques y galeras con las que contaba y  efectivos que disponía. Desde los primeros escarceos a leguas se vió de qué lado caería la victoria. Se cuenta que ante ello el Almirante Doria mandó colocar en la asta del barco insignia la reproducción de la imagen Guadalupana que le había sido confiada y arrodillado ante ella, pidió protección para su causa, al tiempo que se desataba de pronto, inesperada y ciclónica tormenta que redujo a ruinas gran parte de la marina de guerra otomana. La victoria de la Santa Liga fue atribuida desde entonces a la presencia en Lepanto de Quatlasupe (la que aplasta la serpiente)

Ya para terminar y antes de que se me olvide, comentar que el remoquete de “el manco de Lepanto” no tuvo que ver con lo que le pasó en realidad al escritor, hijo de Alcalá de Henares. El arcabuzazo que recibió en la famosa batalla fue en su brazo izquierdo y no lo perdió solo lo dejó tullido. Si hubiera sido del derecho otro gallo habría cantado. Probablemente nos hubiéramos quedado para siempre sin El Quijote y sin Sancho…

Para todos salud y fibra !!!

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