Don Jesús Martínez “Palillo”, se refería a la politiquería correctamente. Se refería a esa confusión que existe entre lo que es en estricto sentido “política”, y lo que algunos hacen que no es sino pura y simple politiquería. La política es arte y ciencia para resolver problemas sociales. La politiquería es la concepción utilitaria de quienes suponen que la política es instrumento para abandonar la pobreza que heredaron de sus padres.
En política parece que la verdad y la lealtad son recursos de los ingenuos, y por ello, contrario a Caín, se envidian los vicios y no las virtudes; en este caso podemos aludir a los politiqueros, a los “pulpos chupeteadores”, como bien diría el profeta del desastre. Pero por ello, la política, los políticos, son percibidos como expresiones de engaño, hipocresía y traición. La lealtad es vista, perversa o equivocadamente como expresión de ingenuidad. La política ha entrado en una fase de profundo descrédito.
Al margen de ingenuidades, parece ser necesario erradicar vicios y abrir las puertas de la virtud de la verdad y la lealtad recíproca. ‘No dejes que la moral te impida hacer lo que creas que está bien’, dice uno de los personajes de Asimov en el Ciclo de Trantor. “En política, la moral es un árbol que da moras o sirve pa’ pura chingada”, según Gonzalo N. Santos. Otros concluyen que “la política mexicana en realidad sólo aspiraba a conjugar tres verbos: sumar, sumarse y sumirse” –que bien podrían ser en todo caso, sumar, ceder y sumir–. Aguilar Camín, nos recuerda las palabras de Martín Luis Guzmán, más pesimista: “La política mexicana sólo conjuga un verbo: madrugar”. Los Protocolos de los Sabios de Sión, sugieren con amargura y de manera retorcida la idea de que “La política no tiene nada en común con la moral”, y estos mismos, concluyen que “Todo el que quiera gobernar debe recurrir al engaño y la hipocresía”.
Partiendo de otra sentencia casi bíblica, aquella que nos precisa en palabras de Aguilar Camín que “En política, dice la experiencia mexicana, todos los amigos son falsos, todos los enemigos verdaderos. Dicho esto, la misma experiencia señala que en política no hay enemigo pequeño”.
En política, el engaño pertenece a un mismo árbol genealógico del haraquiri. En política se puede ejercer el derecho de creer que todos los demás son imbéciles, pero nadie está obligado a confirmar la sospecha.
Por lo mismo, es necesario que los dirigentes o las siglas, propicien la confianza y no la desconfianza recíproca entre representantes y bases. Cuando las bases creen engañar a sus dirigentes y sus dirigentes andan en las mismas, sobreviene la crisis y se asoman las derrotas truculentas. Del autor de La política y el Estado moderno, son estas palabras: “Recuérdese la anécdota hebrea: «¿A donde vas? pregunta Isaac a Benjamín. “¡Embustero! Dices que vas a Cracovia para que yo crea que vas a Lemberg. Pero sé muy bien que vas a Cracovia. ¿Que necesidad tienes, pues, de mentir?”».
Cuando el engaño se hace recíproco, cuando las desconfianzas van y vienen entre dirigentes y dirigidos, solamente puede significar que: «a) existe una crisis de mando; b) la organización, el bloque social del grupo en cuestión no ha tenido tiempo todavía de consolidarse, creando la confianza recíproca, la recíproca lealtad; c) pero hay un tercer elemento: la incapacidad del “dirigido” de cumplir su cometido, lo cual significa incapacidad del “dirigente” para escoger, controlar y dirigir su personal». Entre dirigentes y dirigidos debe mediar la verdad, pues de lo contrario, al final sólo quedan las palabras y las lamentaciones: “los jefes tuvieron la satisfacción de poder acusar a su «pueblo» de deserción, y el pueblo, la de poder acusar de engaño a sus jefes”.
Algunos esgrimen la razón de Estado como explicación de sus deslealtades. Esas justificaciones han sido el recurso del que han echado mano “hombres moralmente indignos” como Fouché, Talleyrand y en alguna medida los mariscales de Napoleón.
Los Sabios de Sión, aseguran que “Todo hombre tiene ansia de poder, cada uno desearía ser un dictador, siempre que lo pudiera ser él sólo, y bien pocos serán aquellos a los que no les importaría sacrificar el bienestar del prójimo para alcanzar sus miras personales”.
Cierto que la ambición es una manifestación humana, pero para lograr los objetivos planteados, hay necesidad de abandonar las formaciones vinculadas con la traición, relacionadas con el engaño, emparentadas con la mentira y la truculencia en la praxis política. La lealtad (no las lealtades absolutas, vocación exclusiva de los imbéciles) no significa ingenuidad. El que engaña se engaña dos veces, cree que engaña a los demás y se engaña él mismo.
Contundente, plenas de vigencia son las palabras de Gramsci: “En política se podrá hablar de reserva, no de mentira en el sentido mezquino que muchos piensan: en la política de masas decir la verdad es una necesidad política precisamente”.
La ambición desmedida no sólo pone en peligro, por falta de tino, los objetivos personales, sino que lo que se arriesga es a todo un partido, es toda una nación, toda una sociedad, todo un futuro.
Abrir las puertas a la abyección, solamente debilita las probabilidades de éxito de un proyecto político que se reduce para algunos, a la mera ambición personal. No hay necesidad de ser, en política, ni gato, ni cordero, ni perro, y menos todo ello a la vez. Pueden abrirse las puertas a la lealtad y a la responsabilidad, a la humildad y la disciplina creativa, pero no entendidas estas como manifestaciones de mediocridad, abyección o vasallaje, sino como elementos fundamentales para consolidar un proyecto que está en marcha y que merece arribar exitosamente al final por el bien de los nayaritas, por el bien del futuro de Nayarit.