Cuando me formé como profesional de la conducta humana, los conductistas recién llegados de posgrados en universidades de habla inglesa solían fustigar a los psicoanalistas por la duración de sus intervenciones terapéuticas. “Cuando las chicas concluyen su tratamiento con el psicoanalista para saber por qué no se casan, deben iniciar otro para entender por qué no se casaron”, decían en las aulas de Ciudad Universitaria de la UNAM.
Desde entonces, en todos los entornos se impuso la brevedad sobre los largos alientos. Surgieron terapias breves, notas informativas de un párrafo, cineminutos, cortes noticiosos cada hora en radio y televisión. Eran, además de concisos, atractivos y bien hechos. Así se fue desplazando la expresión extensa y el mínimo rigor de profundidad. Todo con prisa. Hasta en las expresiones amorosas en la alcoba. Todo, y en todos lados.
La acelerada carrera hacia esa brevedad se intensificó con el advenimiento de las “benditas redes sociales”. Hoy se hace un periodismo en tiempo real jamás imaginado. Alguien con un teléfono móvil puede estar en el momento preciso e informar urbi et orbi con más impacto que el periodista más experimentado. Son los nuevos tiempos.
En este contexto, la tiranía de lo instantáneo y lo viral convierte en inconveniente e inservible aquello que exige más de unos segundos para ser leído y algo de esfuerzo para ser comprendido. Así, resulta casi temerario pensar en un texto periodístico de varios cientos de palabras o en una serie de fotografías que, en conjunto, propongan una historia. A ello han renunciado, no sólo el ecosistema digital, sino también medios tradicionales como la radio, la televisión y los periódicos.
Todo esto viene a cuento en estos días posteriores a la Semana Santa, en los que apostamos por piezas periodísticas con pretensiones de mayor profundidad. Nos preguntamos si disminuirá el número de lectores con escaso interés o tiempo para construir una mirada más detenida sobre los hechos y su significado. Eso exige más esfuerzo y más minutos.
Aun con ello, en la medida de nuestras capacidades, publicaremos en nuestras páginas y en el sitio web historias más documentadas, acompañadas de sus respectivos contenidos adaptados a redes sociales para atraer a otros consumidores de información hacia las piezas originales.
El método es sencillo, pero con ciertas exigencias: observar, consultar los registros de otras personas que, en otro momento, vieron lo mismo que nosotros, buscar las voces de protagonistas y observadores, y con todo ello construir la historia que vamos a compartir.
Pongamos el ejemplo de lo hecho en Zitacua: presenciamos la Judea y a los llamados “borrados y tiznados”. Realizamos una investigación documental con textos académicos que estudian el significado social y antropológico del ritual indígena, para comprender mejor lo que nuestros ojos vieron y nuestras cámaras registraron. Conversamos con los “judíos”, los Cristos, el sacerdote, el gobernador tradicional, su madre, y con los espectadores, durante ocho horas continuas, mientras observábamos, fotografiábamos. Luego preparamos, en tres días, una crónica que ocupó nuestra portada y gran parte de una página interior.
Concluido el texto, nos impusimos una exigencia mínima inspirada en los trabajos académicos: incluimos en los párrafos referencias bibliográficas abreviadas y, al final, una bibliografía básica que el lector puede consultar si lo desea. ¿Mucho para una pieza periodística? ¿Poco para un trabajo académico? La respuesta es afirmativa en ambos casos. Pero eso buscamos: ubicarnos en un punto medio entre la medianía de nuestro trabajo reporteril y el rigor del trabajo académico. Porque queremos ir más allá de la inocuidad de ciertos textos periodísticos y aprender de la investigación de campo que realizan profesionales cuyos reportes sistematizados son financiados con recursos públicos.
Un trabajo de esa naturaleza requiere más recursos económicos que una pieza periodística cotidiana, aunque menos tiempo y dinero que una tarea académica. Confiamos en contar con el presupuesto necesario para elevar el nivel de nuestro trabajo. ¡Nuestro departamento de ventas tiene la palabra! Y los lectores, por supuesto.