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martes, abril 29, 2025
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El poder de la pregunta

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Antes de mi entrenamiento clínico en teoría y técnica de la entrevista ya había incursionado en el trabajo reporteril en El Observador de Nayarit mientras cursaba la preparatoria. Mis preguntas eran igual de anodinas que el resto de mis compañeros, sólo que educadas y formales. Rogelio Zúñiga hacía mofa de mi estilo. “Abusando de sus bondades qué hay de novedades”, imitaba mi nasal voz para mostrar cómo llegaba a reportear a la oficina de Juan Alonso Romero, secretario del Ayuntamiento.

Entonces y ahora, no eran las preguntas las que fijaban agenda en los medios, sino el interés informativo del sector público. En aquellos ayeres, eso no me importaba. Ahora sí. Creo que el poder de la pregunta debe al menos imprimir el matiz de la información, por la profundidad, el alcance o el carácter inédito de las respuestas que provoque.

El titular de la materia a que me refiero en el primer párrafo era un psicólogo o psiquiatra o ambas cosas que viajaba dos veces por semana de Puebla a la Ciudad de México para torturarnos con su acidez no ante la candidez de nuestras preguntas a los pacientes en la Cámara de Gesell sino sobre todo por su ausencia.

Cierta ocasión una estudiante hizo una casi perfecta historia clínica digna de la más alta calificación, lo cual era escaso en nuestra facultad. Nos invitó a todos a hacer observaciones. Todas eran halagos a su cuidadosa secuencia de preguntas exploratorias de los síntomas, antecedentes, evolución, consecuencias.

“¿Cuántos años tiene tu paciente?”, preguntó el profesor. “Tal vez 30 o 35”, respondió la brillante alumna. “¿Por qué no le preguntaste la edad?”, insistió. Ella encogió los hombros. “¡Qué tal si te dice que tiene 33 y que está a punto de ser crucificado!”, gritó. Silencio total. Ese ejercicio no fue reprobatorio para ella, lo fue para todo el grupo. Salió del salón y seguimos en el limbo por un rato. Todos. Todas.

Aquello me impactó tanto que el julio que cumplí 33 años, no os diré el año, me pregunté si la siguiente Semana Santa no sería crucificado. El Viernes Santo tuve pesadillas, que son frecuentes en mis negras noches: me tocaba la cabeza temiendo lastimarme con la corona de espinas y me tocaba la palma de las manos buscando los clavos. Desperté horrorizado y mi esposa se levantó y trajo una botella de agua para calmarme.

Aunque mi trabajo hospitalario y en la consulta privada fue breve, porque me gané la vida en otros menesteres, me atormentaron detalles como el secreto profesional, que consideraba tan sagrado como el secreto de confesión de los curas. Y otros aspectos técnicos de difícil comprensión para quien no tiene entrenamiento psicoterapéutico, que en estas líneas no vienen al caso.

Ahora que he regresado a un oficio o profesión que tiene a la teoría y técnica de la entrevista como su guía y marco me sigue retumbando aquel regaño universitario. Porque para el periodismo el arte de preguntar es materia prima. Tienes dos pilares insustituibles: Las preguntas y las palabras habladas o escritas con las que se comparten las respuestas provocadas.

Porque cuántas veces a preguntas inocentes, o incluso sin preguntas, nos han respondido una y otra vez que fueron coronados y que su reino no es de este mundo. Hagamos memoria.

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