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martes, abril 29, 2025
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Volantín | Un apagón que enciende alarmas

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Lo que ocurrió este lunes en España y Portugal no puede tratarse como un simple accidente técnico. El masivo apagón que dejó a millones de ciudadanos a oscuras durante horas no sólo paralizó trenes, semáforos, comercios y comunicaciones, sino que también puso de manifiesto la enorme fragilidad de las infraestructuras críticas. Y lo más preocupante: nos recordó cuánto se depende de un sistema energético que normalmente se da por sentado y aún más en países del Viejo Continente, hasta que falla.

En España, donde se reporta que este fue el apagón más grave de su historia reciente, el caos fue instantáneo. El país entero —con excepción de las Islas Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla— quedó sumido en la incertidumbre. Trenes detenidos a medio trayecto, pasajeros atrapados, redes de metro completamente colapsadas en Madrid y Barcelona, y una desconexión total de internet y servicios de telefonía móvil en varias zonas urbanas. La imagen de personas elevando sus teléfonos móviles hacia el cielo en busca de una señal ilustra perfectamente la desesperación y la vulnerabilidad que sentimos cuando nuestras comodidades más básicas se desvanecen de un momento a otro.

¿Estamos preparados para eventos así? Claramente no. La reacción de los gobiernos —de España y de Portugal—, aunque diligente en su intento de informar y restablecer el suministro, deja en evidencia una preocupante falta de protocolos efectivos para proteger a la población en situaciones de emergencia energética de gran escala.

Las explicaciones oficiales sobre las causas del apagón son, hasta ahora, insuficientes. Se especula con un fallo en la red eléctrica relacionado con un fenómeno atmosférico inusual: “vibración atmosférica inducida” debido a variaciones extremas de temperatura. Sin embargo, la naturaleza misma de esta hipótesis debería obligarnos a reflexionar sobre cuán poco preparados estamos para enfrentar las consecuencias de un clima cada vez más errático producto del cambio climático.

La rapidez con que las autoridades invocaron el fenómeno atmosférico como posible causa, sin ofrecer pruebas claras, puede interpretarse de dos formas: o bien buscan tranquilizar a la población descartando a priori la posibilidad de un ciberataque o sabotaje, o bien están realmente desconcertados, lo cual sería aún más inquietante.

Porque si algo ha quedado claro en los últimos años, es que las infraestructuras críticas, como la red eléctrica, son objetivos codiciados en escenarios de conflicto híbrido. Y si bien el expresidente portugués Antonio Costa y la Comisión Europea afirman que “no hay indicios de un ciberataque”, la verdad es que este tipo de afirmaciones son más un acto de fe que una certeza basada en evidencia inmediata.

Más allá de las causas, el apagón revela fallos estructurales graves. ¿Cómo es posible que un problema en un solo punto de la red provoque un colapso de esta magnitud? ¿Dónde están las redundancias, las protecciones, las desconexiones automáticas que deberían contener una falla localizada antes de que afecte a todo un país, e incluso a otros más allá de las fronteras? ¿Por qué no existen simulacros de emergencia energética, como los hay para incendios o terremotos, para preparar a la ciudadanía?

La escena de personas buscando refugio en estaciones de tren o en recintos deportivos habilitados apresuradamente demuestra que tampoco se cuenta con una logística inmediata para atender a la población en caso de apagones prolongados. Las recomendaciones oficiales de Pedro Sánchez —reducir desplazamientos, no saturar las redes móviles, evitar difundir rumores— fueron correctas, pero insuficientes ante la magnitud del problema.

En este sentido, la respuesta institucional fue más reactiva que preventiva. Una situación de esta naturaleza debería ser abordada con simulacros periódicos, protocolos de emergencia ampliamente difundidos y educación ciudadana para manejar estos eventos con calma y eficacia.

No podemos dejar de lado, además, el impacto económico que este apagón tendrá. Los negocios, ya golpeados por la lenta recuperación económica pospandemia y la inflación, vieron interrumpida su actividad durante horas. Restaurantes, tiendas, centros comerciales, oficinas, todos paralizados. Y cada minuto sin electricidad se traduce en pérdidas millonarias. La falta de luz ya no sólo es una incomodidad: es un problema de competitividad, de resiliencia económica.

Desde la perspectiva política, el apagón llega en un momento de especial fragilidad para el gobierno español, enfrentado a tensiones internas y externas. La gestión de esta crisis será otro test sobre su capacidad de liderazgo. Y, al mismo tiempo, será una prueba para la cooperación europea, que ya se activó con la intervención de la Comisión Europea y el apoyo técnico de Francia.

La Unión Europea tiene aquí la oportunidad de liderar un proyecto estratégico para fortalecer sus redes eléctricas frente a fenómenos naturales extremos y amenazas humanas. Porque, no nos engañemos, lo que sucedió en España y Portugal puede repetirse en cualquier otro país del continente.

Hoy fue un fallo eléctrico. Mañana podría ser un ataque cibernético, un sabotaje físico o una combinación de factores. Y el resultado sería el mismo: oscuridad, parálisis, miedo.

 La luz volvió. Pero las preguntas siguen encendidas no solo en España y Portugal sino en todo el planeta.

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