¡Noticia de última hora!… bueno del 9 de junio en 1894.

Sí, leyó bien. En pleno Porfiriato, el semanario El Tepiqueño publicó una nota que causó revuelo: ¡los niños que no llegaran puntuales a la escuela podrían ser multados con cantidades que iban desde los 10 centavos hasta la escandalosa suma de 7 pesos! Una fortuna en aquellos tiempos.
Pero lo más intrigante del caso es que, tras ese explosivo titular, el tema desapareció del semanario. Ni seguimiento, ni confirmación, ni retractación. ¿Fue sólo un susto para imponer disciplina? ¿Una broma editorial? ¿O un intento fallido de medida real? La historia quedó, como muchas otras, sepultada bajo el polvo de los archivos.

Lo que sí quedó registrado fue la reacción del propio periódico. El Tepiqueño se fue con todo contra la propuesta, tachándola de “infame, absurda y cínica”. Y tenían argumentos de sobra: en una época en que muchas familias apenas podían alimentar a sus hijos, ¡imaginen tener que pagar por cada minuto de retraso escolar!

En 1894, la educación era rígida y punitiva. Castigar era más común que motivar. La puntualidad, más que una virtud, se volvía un requisito a golpe de bolsillo. Hoy, más de un siglo después, enfrentamos otro tipo de desafíos: motivar a niñas y niños a asistir a clases, mantenerlos interesados y, sobre todo, garantizar que la escuela sea un derecho y no un lujo condicionado.

Y la pregunta queda al aire: ¿realmente hemos avanzado? Porque, aunque las multas ya no estén en vigor, las famosas “cuotas voluntarias” siguen acechando con disfraz de colaboración.
(Nota con información verificada por Julián Pineda Galaviz)