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Periodismo secular

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Hace 94 años, Radio Vaticano comenzó sus transmisiones en latín. En aquel entonces, su función era muy concreta: difundir misas papales, liturgias y mensajes estrictamente religiosos. No se esperaba de ella un papel informativo amplio ni una cobertura plural de los acontecimientos del mundo. Sin embargo, lo que sorprende es que, pese a tratarse de una institución históricamente conservadora y con un ritmo de cambio muy lento, hoy esa emisora transmita en más de cuarenta lenguas y haya transformado gran parte de su programación. La religión ya no es su único eje temático.

La emisora del Vaticano pasó de ser un canal de predicación a convertirse en una plataforma de comunicación diversa. Su tránsito fue significativo: del púlpito al micrófono, del mensaje doctrinal al tratamiento de temas humanos. Fue capaz de ampliar su alcance, no sólo por la tecnología, sino por la decisión consciente de adaptar su contenido a una audiencia global, plural y compleja. Supo que la espiritualidad no se contradice con la información veraz. Durante conflictos bélicos, su papel fue clave: ofreció esperanza, refugio informativo y hasta denuncias contra las atrocidades del momento.

Hoy, Radio Vaticano aborda temas sociales, económicos y políticos con una línea editorial que busca imparcialidad. Ha aprendido a comunicar para creyentes y no creyentes, para fieles y escépticos. Dejó de ser una radio exclusiva para católicos y se convirtió en una emisora de servicio público con identidad religiosa. Ese cambio no traicionó su origen: lo fortaleció.

En los 70 mi ventana al mundo era la transmisión vaticana en español en onda corta, en un viejo aparato de bulbos que encendía el rector del seminario en el que estudiaba. Ya entonces su servicio informativo abierto se agradecía.

En 2025, en muchas regiones de la provincia mexicana, el periodismo aún no ha recorrido ese trayecto. Se ha movido con lentitud o, en muchos casos, no se ha movido en absoluto. Sigue atado a viejos reflejos, a una vocación inalterable de servir al poder. No pocas veces, los medios se convierten en voceros de las autoridades, y sus lectores u oyentes son, casi exclusivamente, los funcionarios públicos a los que cubren o los simpatizantes de esos gobiernos.

Basta hacer un ejercicio sencillo: contar las noticias emitidas por estaciones de radio, canales de televisión o periódicos locales, para notar que su cobertura gira en torno a las actividades oficiales. Se privilegian boletines, discursos, anuncios gubernamentales. Los temas que preocupan al ciudadano común, como el transporte, seguridad, precios, educación, salud cotidiana, apenas tienen cabida.

En ese contexto, urge una reforma en la lógica informativa. La separación que el periodismo debe emprender respecto a su fijación con el poder público no implica desconocer la política, pero sí diversificar su mirada. Un periodismo secular no es un periodismo apolítico ni ajeno al Estado. Es uno que reparte su atención. Que equilibra. Que ofrece espacio a lo que ocurre en la calle, en los barrios, en las familias, en la salud y en la enfermedad, en la alegría y la pesadumbre. Que reconoce que la vida pública no empieza ni termina en el boletín oficial.

Secularizar el periodismo es abrirlo. No es renunciar a la política, ni a los temas religiosos cuando tienen relevancia pública. Es asumir una mayor responsabilidad social, donde las voces ciudadanas tengan más peso y las agendas oficiales menos exclusividad. Es, en resumen, ensanchar el campo de lo noticioso.

En Meridiano estamos en ese camino. Hemos comenzado a equilibrar. Y esa decisión ha tenido respuesta. Nuestros lectores interactúan más, envían opiniones, reclaman omisiones, comparten sus propias historias, se involucran con los contenidos. Proponen temas que no estaban en el radar. Discrepan de nuestras visiones editoriales, y eso nos enriquece. Nos han expresado su sorpresa al conocer datos sobre su ciudad o estado que nunca habían escuchado en otros medios.

Queremos continuar por esa ruta. No por una moda ni por estrategia comercial, sino por convicción. Porque el periodismo, si no se abre, se asfixia. Y si se asfixia, no informa: repite. Y repetir no es informar. Es obedecer.

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