“Cada partido da coces al que empuja hacia adelante y se apoya en las espaldas del partido que impulsa para atrás. No es extraño que, en esta ridícula postura, pierda el equilibrio y se venga a tierra entre extrañas cabriolas, después de hacer las muecas inevitables”
C. Marx
De un lado los argumentos basados en absolutamente nada. De otra parte, los argumentos basados en la lógica y el sentido común. Me refiero a los resultados de las elecciones locales de 1975, de las que se ha hablado mucho y se mantiene, hasta la fecha, la doble idea del fraude y su negación. De los resultados de las elecciones federales de 1961, en cambio, existen documentos probatorios de un atropello a la voluntad popular expresada en las urnas.
Valga una digresión previa. En 1865, apenas dos años antes de publicar el primer volumen de «El Capital», Marx dirigía una rigurosa crítica contra John Weston («Salario, precio y ganancia»), quien aseguraba que elevar salarios resultaría en detrimento de los mismos trabajadores. Marx, ni tardo ni perezoso, al analizar las dos tesis centrales de Weston, sostenía que la prueba central de Weston era sumamente simple: “¿Cómo prueba, pues, nuestro amigo Weston esa fijeza? Sencillamente, afirmándola”.
¿Cómo se suelen probar algunas aseveraciones que solemos escuchar? Sencillo: afirmándolo. O sea, ¡se basan en absolutamente nada!
Algo parecido ocurre en el caso de lo que llaman fraude electoral de 1975. ¿En qué se basan los que lo hacen, para asegurar que hubo fraude en las elecciones de 1975?: hasta ahora, en absolutamente nada. ¿Cómo se demuestra el “fraude electoral” de 1975?: sencillamente afirmándolo.
Ya perredista, en 1993, Porfirio Muñoz Ledo sostenía que él mismo era la prueba del fraude de 1975. Solamente que como prueba en contra, existen otros testimonios que abogan en favor de los resultados de esa elección. Son los dichos de unos contra los dichos de otros. El saldo es nulo, en el mejor de los casos. Testimonio presencial mata testimonio presencial.
Contrario a eso, y esto es lo que nos ocupa la atención en este caso, existen serios y fuertes indicios y pruebas documentales, que nos hablan de otro fraude electoral. Este otro fraude se registró 14 años antes, en 1961. El fraude se realizó contra un candidato del PRI, Emilio González y el beneficiario fue una figura ligada a Alejandro Gascón: Manuel Stephens García.
El dictamen del 28 de agosto de 1961, se expresaba en los siguientes términos: “En vista de que la Comisión Federal Electoral negó el registro de la constancia de mayoría de votos expedida por el Comité Distrital Electoral del 1er. distrito de Nayarit, al candidato del PRI, esta Comisión que suscribe procedió a hacer el estudio minucioso del expediente respectivo, y llegó a la caricaturesca conclusión de que, en efecto, existieron irregularidades manifiestas en el proceso electoral, tanto en la instalación de casillas como en las actas de escrutinio y en el cómputo final, y quedando, por lo tanto, invalidados los votos computados finalmente para el candidato del PRI, se debe adjudicar el triunfo legítimo al candidato del PPS”.
¿Qué es lo que procedía en el caso de las mencionadas irregularidades manifiestas en el proceso electoral, en la instalación y en las actas de escrutinio y en el cómputo final?
Lo que cabía hacer era atenerse a lo que disponía la Ley Electoral Federal: ¿Qué preveía el citado cuerpo normativo?
Primero que todo, se establecía qué en el escenario de hechos violatorios del voto, se debería consignar el caso al Procurador General de la Nación (Artículos de la LEF 129, 131 y 132).
Según el artículo 130 del citado ordenamiento, de haberse presentado irregularidades suficientes a juicio de la Cámara respectiva, sería declarada la nulidad. Las irregularidades señaladas en el dictamen mediante el que timaron a Emilio González (y a la mediana voluntad popular expresada en las urnas), eran causas de nulidad según lo establecía la LEF en sus dispositivos 135 y 136. Lo que procedía tras la anulación del proceso, era convocar a una elección extraordinaria en el distrito, tal y como lo preveía la LEF en sus artículos 3, 4 y 5.
El cuerpo del dictamen mediante el que se concretó el descarado asalto en despoblado, de manera relativamente lacónica reducía a cenizas la diputación de Emilio para entregarla en manos de Manuel Stephens.
Los inservibles comicios del primer distrito electoral por Nayarit se habían realizado el domingo 2 de julio de 1961: el “triunfo legítimo” fue el triunfo de la bastardía pura. El despojo del que fue objeto el viejo Emilio, se convirtió en uno de los componentes de mayor importancia en la definición de las características de un liderazgo del que se habla y se reconoce hasta nuestros días. Todo indica que los resultados de las elecciones federales intermedias de 1961, fueron dictados por el presidente López Mateos (asunto este que requiere reflexión aparte).
El caso del fraude descomunal contra Emilio M. González Parra resulta emblemático de una época en la que se avanzaba por un lado y por otro se retrocedía. Ya se había reconocido el derecho al voto de las mujeres de manera tardía y, sobre todo, dado un contexto internacional más progresista y más todavía, como concesión del gobierno para evitarse críticas del contexto mundial.
Algo similar ocurrió con la diputación otorgada graciosamente al PPS en la persona de Manuel Stephens García, quien años después se vería entregado apasionadamente a los delirios báquicos. La diputación se le entregó al declararse nulos solamente los votos que se habían contado en las urnas a favor de Emilio González.
Lo que ocurrió en 1961 con el despojo del que fue objeto Emilio M. González es revelador de la presencia de vicios profundos en la praxis política mexicana. Creo que en esa ocasión pudo haber muchos que se percataron de lo que estaba ocurriendo, pero muchos callaron para sobrevivir al adversario y otros simplemente callaron por comodidad o complicidad.
Ese trago amargo que debió beber Emilio contribuyó a forjar en él un liderazgo político histórico. No un liderazgo de un día para otro, sino que se desarrolló durante años, durante décadas y con altas y bajas, con éxitos y fracasos.
La política es obra humana, demasiado humana. Por lo mismo, el liderazgo político requiere de tiempo, para desarrollar sentido de tolerancia, reconocimiento y respeto a la diversidad, talante contemporizador y sobre todo, un sincero ánimo por sumar y no sumir, que se expresa en ánimo incluyente que excluye toda posibilidad de que se aplique la enloquecida regla del “Todo para el ganador”.
Mejor que así sea, pues el que a hierro mata a hierro muere. Por eso, la historia del despojo del que fue objeto el viejo Emilio, nos muestra que en política todo es relativo, y que la historia la escriben los que saben escribir, los verdaderos vencedores.
Como podemos observar, existen pruebas documentales de un atropello a la voluntad popular, o si se le quiere llamar así, estamos ante un claro fraude electoral. No un fraude del PRI contra el PPS, sino del PPS contra el PRI. La lectura también nos puede llevar a la conclusión de que en 1961 se realizó un fraude del PRI contra el PRI en favor del PPS.
¿Es esto una defensa de un supuesto fraude ocurrido en 1975, ese que algunos prueban afirmándolo?: no. No hay defensa alguna de lo que no se tiene evidencia. No se puede especular nada si no existen evidencias ni en contra.
En buena medida, existen más evidencias a favor de los resultados de la elección de 1975, que en contra. En esa misma lógica, se hace ostensible que quienes hablan de un fraude inexistente, se ciegan ante un fraude realmente existente. Ven lo que no es y, lo que es, no lo ven. Pero la historia es implacable.