En el Metrodomo del Parque Metropolitano de Tepic, conocido como El Sombrero, la temperatura rondaba los 29 grados centígrados.
En las redes sociales era más alta. Como sucede siempre, cada quien publicaba su propia misa: fotos con obispos y cardenales, los más afortunados; con los políticos, otros; con curas de pueblo, los de menor suerte. Y la turba, la masa digital, oficiaba su propia liturgia en la ironía, en el ajuste de cuentas, en los memes descalificadores. El día de fiesta religiosa se volvió, inevitablemente, una chunga política. Como siempre.

Todo había comenzado a las nueve y media. En el punto exacto de Tepic que divide las calles por puntos cardinales, Engelberto Polino Sánchez (Teuchitlán, Jalisco, 1966), monseñor, fue recibido por creyentes piadosos y las autoridades formales. De ahí, a pie, como un párroco más, a la Catedral. A las diez cumplió con el rito notarial de la fe: la Profesión y el Juramento de Fidelidad. El acto principal se trasladó al Metrodomo. La misa de Toma de Posesión Canónica inició puntual, a las doce. Entraron obispos, cardenales y auxiliares. Y al final, la réplica peregrina de la Virgen de Talpa, la patrona diocesana. Fue ovacionada con un largo aplauso.

Hubo que esperar. La liturgia tiene sus tiempos, ajenos al calor y a la prisa. Eran cerca de las dos de la tarde cuando la misa concluyó. Sólo entonces Polino Sánchez tomó la palabra.
Ofreció un breve mensaje, casi un acto de misericordia por la resolana que castigaba a sus hermanos obispos, a los sacerdotes y al resto de la feligresía. En esa brevedad definió el perfil de su episcopado, el contrato que firmaba por los próximos 15 años (a los 75 años presentan su renuncia al Papa).
Éstas fueron sus palabras: “He escuchado a los papas recientes, he escuchado a la gente. Yo mismo he descubierto que nos urge una Iglesia sencilla, una Iglesia cercana, una Iglesia servidora, misericordiosa, unida, amable”.
Hizo una pausa, y soñó en voz alta: “Sueño con una Iglesia amable, que cuando lleguen a nuestras notarías, cuando lleguen a nuestros sacerdotes se encuentren una sonrisa, una atención amable. Sueño con una iglesia transparente que refleje la presencia y belleza del amor de Dios”.

Y luego el diagnóstico: “Descubro también que nos urge una Iglesia que hable menos y que escuche más. Una Iglesia comprometida con los que sufren. Una Iglesia comprometida con la paz. Una Iglesia misionera y evangelizadora. Una Iglesia compasiva que acompañe a los que sufren. Una Iglesia que acompaña a los adolescentes y jóvenes. Una Iglesia cercana a las familias y testigo de la redención”.
Terminó con un ruego: “Hermanos de la diócesis de Tepic, les invito a que soñemos juntos, que trabajemos unidos, que la Santísima Virgen, Nuestra Señora de Talpa, mujer humilde, la evangelizadora que corre presurosa a servir, nos inspire y acompañe para que siempre podamos ser, en nuestra diócesis, escuela de comunión, servidores en la vida. Signos de esperanza y solidaridad en el mundo de hoy”.
Pero regresemos al inicio, dos horas antes. La misa de Toma de Posesión Canónica es, antes que un acto de fe, un acto notarial, una transferencia de mando con mil años de liturgia. Es la escenificación del poder espiritual y, por contagio, del terrenal.
Presidía la Eucaristía el Nuncio Apostólico en México, monseñor Joseph Spiteri, el representante diplomático del hombre que firmó la bula: “el Papa León XIV”. A sus flancos, los pesos pesados del cardenalato, ambos hijos pródigos de esta diócesis: Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado de México y “originario de Tepic” , y José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara y “originario de Mascota”. Eran la prueba viviente del escalafón.

En las primeras filas, el poder temporal, buscando la foto que ya circulaba en las redes sociales más calientes que el Metrodomo. La presidenta municipal de Tepic, Geraldine Ponce, esperaba su turno para entregar “las llaves de nuestro municipio”. La “política” materializada en un gesto de bienvenida feudal.
Arriba, en la estructura metálica del Sombrero, muy por encima de las mitras y el incienso, una docena de palomas, ajenas al rito, revoloteaban con nerviosismo. Eran el contrapunto biológico a tanta solemnidad, la vida real que se impone al teatro, bañando con discretas evacuaciones a algunos de los devotos asistentes, un bautizo alternativo que recordaba que la tierra sigue siendo tierra, aunque se vista de púrpura.
La ceremonia inició con la voz del hombre que se iba. Luis Artemio Flores Calzada, el administrador apostólico saliente, tomó el micrófono para dar la bienvenida y, en esencia, leer el mapa del poder presente. “¡Qué hermoso es ver a los hermanos unidos!”, citó. Saludó a Spiteri, el hombre “representante del Papa León XIV en México”. Saludó a los dos cardenales “originarios de nuestra diócesis de Tepic”. Saludó a los políticos, también.

Entonces, el acto central. El notario. “La anunciatura dará lectura a la traducción de las letras apostólicas en las que el Papa León XIV nombra a don Engelberto Polino Sánchez como obispo de esta diócesis de Tepic”.
El silencio se hizo denso. La voz del canciller leyó el documento que cerraba una era y abría otra. Era el texto de un nombramiento. “Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 28 del mes de agosto, memoria de San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia, en el año santo 2025, primero de nuestro pontificado. Papa León XIV”.
En el “año santo 2025”, un Papa llamado León XIV, tras escuchar al Dicasterio para los Obispos y constatar la renuncia de Flores Calzada, consideró a Polino Sánchez “idóneo” para presidir la comunidad. Y con “autoridad apostólica” lo nombró Obispo de Tepic, “cesando tu vínculo con la sede titular precedente”. Un contrato divino.
El Nuncio Spiteri entregó el original de la bula a Polino. Éste, a su vez, “las mostrará al colegio de consultores, a los obispos, presbíteros, y a toda la asamblea”. Era la toma de fe pública.
El momento cumbre de la transferencia no fue el papel. Robles Ortega y el Nuncio condujeron a Engelberto Polino a la Cátedra, la silla episcopal desde donde el obispo enseña. Flores Calzada, el predecesor, le entregó el báculo, el cayado de pastor. En el instante en que Polino se sentó, la posesión canónica se consumó.

De inmediato, la diócesis se cuadró. Uno a uno, en representación de todo el cuerpo eclesial, pasaron a “manifestarle la obediencia y reverencia”: dos sacerdotes (el de mayor edad, Salvador Méstico, y el más joven), dos religiosas (una de vida activa, otra contemplativa), dos seminaristas, una familia, dos jóvenes y dos laicos. El nuevo pastor había tomado el rebaño.
Pero, ¿para qué? ¿Cuál es el trabajo? La liturgia de la Palabra, elegida para la ocasión, fue, tal vez, un pliego petitorio.
La primera lectura, del profeta Isaías, fue el diagnóstico del territorio: “El espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos… a consolar a los afligidos” . No era una misión de gobierno, sino de sanación.
La segunda lectura, de la Primera Carta de San Pedro, fue la advertencia directa a la gerencia media, a los sacerdotes. “Me dirijo ahora a los pastores… Apacienten el rebaño que Dios les ha confiado… no como obligados por la fuerza, sino de buena gana… No por ambición de dinero, sino con entrega generosa. No como si ustedes fueran los dueños de las comunidades… sino dando buen ejemplo” . Era un duro recordatorio contra el clericalismo, contra el cura de pueblo que se siente cacique.
Y el Evangelio de San Juan fue la revolución del organigrama. No se eligió un texto de poder, sino el del Lavatorio, el lavatorio de pies. La escena donde Jesús, el “Maestro y Señor”, se quita el manto, toma una toalla y se arrodilla a lavar la suciedad de sus discípulos. La inversión total de la jerarquía. La lección ante la protesta de Pedro: “Les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.
El guion, contundente: el nuevo jefe no venía a mandar, venía a lavar pies.
Joseph Spiteri, el Nuncio, subió al ambón para la homilía. Su trabajo era asegurarse de que el mensaje se entendiera, de que no hubiera dudas sobre el contrato que Polino acababa de firmar.

“El santo pueblo de Dios que camina en esta querida diócesis de Tepic está de fiesta”, comenzó diplomático. Agradeció al obispo saliente, Flores Calzada, su “labor pastoral”.
Luego, fue al grano. Ató las lecturas. Habló de la “misión doble” de Isaías: “anunciar la buena noticia de liberación y consuelo” y, al mismo tiempo, “actuar sanando heridas”. Esta visión, dijo, “se realiza plenamente en la vida de Jesús”.
Se detuvo en el Evangelio, en el “amor extremo” del lavatorio de pies. Un acto que escandalizó a Pedro porque era “un trabajo reservado a los esclavos”. Ahí estaba la clave. “Para nosotros”, dijo Spiteri mirando a Polino y a los obispos, “el ofrecer nuestra vida sobre la cruz significa servir con atención a cada hermano y hermana”.
Definió el episcopado de Polino en una frase: “la entrega en el servicio con pequeños gestos de cada día, gestos de escucha, de cariño, de solidaridad”.
Y entonces, el Nuncio dejó el lenguaje teológico y pisó el suelo de Nayarit. Describió la diócesis que Polino hereda como una “sociedad que sufre el acoso de la criminalidad, de la corrupción, de la indiferencia”. Ese era el pozo al que el nuevo pastor debía bajar.
Spiteri se giró hacia los sacerdotes de Tepic. “Espero que estén todos acá”, dijo con ironía. Y les lanzó la advertencia de San Pedro que acababan de escuchar: “no como si ustedes fueran los dueños de las comunidades… sino dando buen ejemplo”. Exigió “un testimonio de comunión” entre el obispo y su presbiterio.
Y soltó la bomba. La verdadera noticia del día, el verdadero reto: “Esta unidad… debe ser visible en cada acción pastoral que realicemos con transparencia en nuestras acciones”. Y más directo: “Y en la rendición de cuentas de la administración de los bienes que no son nuestros sino de la Iglesia de cada comunidad de fe”.
Era una orden de auditoría espiritual y material. Una exigencia de transparencia en una institución acostumbrada a la opacidad.
Spiteri advirtió contra el pecado capital de la burocracia eclesiástica: la “contradicción existencial”. “No podemos”, sentenció, “celebrar la comunión en la liturgia… mientras en las relaciones humanas fomentamos las divisiones, rivalidades, falta de atención hacia los hermanos”. Era un misil directo a la “chunga” interna, a las fotos con cardenales mientras se ignora al cura de pueblo.
Terminó su homilía asegurándole a Polino la solidaridad de sus hermanos obispos, señalando a los cardenales Aguiar y Robles. La tarea era monumental, pero no estaba solo.
La misa continuó. La larga plegaria eucarística, el “Cordero de Dios”, la comunión repartida entre los miles que aguantaban el calor.
Finalmente, el círculo se cerró. Cerca de las dos de la tarde, Monseñor Engelberto Polino Sánchez, ya noveno obispo de Tepic, se acercó al micrófono para su primer mensaje.
Comenzó con la cortesía del recién llegado. Agradeció al Nuncio, “que evoca la presencia del Papa León”. Agradeció al Cardenal Robles, con quien trabajó 14 años. Agradeció al Cardenal Aguiar, “hijo de este pueblo”, revelando que fue Aguiar quien acomodó la fecha. Agradeció a Flores Calzada por su “legado”. Y agradeció a “la alcaldesa Geraldina aquí presente”.
Se mostró humilde, casi vulnerable: “Les iba a compartir datos de la realidad, pero yo voy llegando. Ustedes conocen más la realidad que viven aquí en esta diócesis”.

Y entonces, pronunció el discurso que resonaba con el peso del Evangelio del lavatorio y la dureza de la homilía del Nuncio.”He escuchado a los papas recientes, he escuchado a la gente”, dijo. “Nos urge una Iglesia sencilla, una iglesia cercana… amable”. “Sueño con una iglesia amable, que cuando lleguen a nuestras notarías… se encuentren una sonrisa”.
“Descubro también que nos surge una Iglesia que hable menos y que escuche más”.
Era la respuesta directa a la “contradicción existencial” de Spiteri. Era la promesa de cambiar la burocracia por la compasión.
“Una Iglesia comprometida con los que sufren. Una Iglesia comprometida con la paz”.
Era la respuesta a la sociedad “acosada por la criminalidad” que el Nuncio había descrito.
Terminó con el único camino posible: “Hermanos de la diócesis de Tepic, les invito a que soñemos juntos, que trabajemos unidos”.
Dio la bendición final. “Pueden ir en paz”.
La gente comenzó a moverse, buscando la salida del Sombrero, de vuelta a los 29 grados, de vuelta a las redes sociales. El rito había terminado. La “chunga” podía continuar. Pero el nuevo obispo se quedaba con la toalla en la mano, con el eco de la orden de su jefe: transparencia en las cuentas, cercanía a los que sufren y la obligación de arrodillarse a lavar los pies.
Como siempre, el trabajo real apenas comenzaba.



