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¿Fue Nervo el inventor de la web?

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Aunque la pregunta parece una exageración, el investigador Gustavo Jiménez Aguirre recuerda una profecía: en 1896, el poeta tepiqueño ya imaginaba un futuro de "caracteres eléctricos" leídos en pantallas. Más de un siglo después, su defensa de la brevedad narrativa y su éxito viral en plataformas digitales confirman que Amado Nervo entendió la lógica de Internet antes de que existiera

Venir a Tepic a hablar de Amado Nervo se antoja a pensar que es como ir al Vaticano a enseñar el Padre Nuestro. La analogía, aunque piadosa, encierra una herejía local: es una necedad, porque en Tepic, si acaso habrá algunos que declaman un par de poemas, la realidad es que se le lee nada. Es cierto que aquí todo lleva su nombre; la ciudad respira su nomenclatura y tiene un festival que lo celebra, pero esa omnipresencia es una máscara: sólo algunos pocos, no más de dos, le conocen y estudian a fondo. Tal vez por esa fatiga de lo cotidiano, o por la desidia que provocan los profetas en tierra de profetas, los paisanos de Nervo no abarrotaron su Casa Museo para escuchar, hace apenas una semana, la cátedra de uno de sus mayores exégetas. Prefirieron irse al beis.

Ese sábado, el vacío en las sillas no mermó la lucidez de la palabra ni la relevancia del mensaje; al contrario, acentuó la intimidad de un encuentro que tuvo tintes de revelación. Gustavo Jiménez Aguirre (Córdoba, Veracruz, 1958), investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y consolidado como experto indiscutible en la obra del nayarita, desempolvó a un ídolo de bronce para dialogar con un contemporáneo. Su conferencia, titulada Amado Nervo en la novela corta: una biblioteca virtual, funcionó como una sesión espiritista literaria donde el convocado no fue un espectro del siglo XIX, sino un autor de una vigencia asombrosa, casi tecnológica. Jiménez Aguirre es el arquitecto detrás de la digitalización de Nervo, el hombre que ha coordinado el rescate de su narrativa y poesía para lanzarlas al océano de la red, permitiendo que la obra del poeta navegue con soltura en la era de la información.

Durante la conferencia, el investigador señaló un hallazgo que estremece por su puntería histórica y que desarma cualquier prejuicio sobre la supuesta caducidad del poeta. Rescató de una crónica fechada en 1896 una visión del futuro de la lectura con una precisión casi técnica, imaginando un día en que la información impresa sería considerada lenta. “Día llegará, empero”, escribió el poeta hace más de un siglo, “en que será reputada lenta esta información. Entonces vendrá, acaso, el periódico hecho de caracteres eléctricos, que aparecen en una placa a la vista del abonado”. Esa “placa” que Nervo vislumbró es, sin duda, nuestra pantalla actual; ese “abonado”, somos todos nosotros, aunque hoy preferimos llamarnos usuarios, internautas o navegantes. Para Jiménez Aguirre, esta visión confirma que Nervo es, por derecho propio, un autor plenamente digital, cuya obra ha transmigrado con éxito del papel a los soportes digitales: hoy se le lee en páginas web, se le descarga en ebooks, aplicaciones para iPad y se le escucha en los podcasts de plataformas culturales con una vitalidad que muchos autores vivos envidiarían.

La supervivencia de Nervo, más allá de esta profecía tecnológica, obedece a leyes ajenas a la academia y más cercanas al latido popular. Cuando falleció el 24 de mayo de 1919, dejó una legión de lectores en México y Hispanoamérica. A pesar de los esfuerzos de editores póstumos como Alfonso Reyes o Alfonso Méndez Plancarte, hacia mediados del siglo XX el prestigio literario de Nervo decayó severamente entre la élite intelectual, pero su nombre se preservó en la cultura de masas con una resistencia envidiable. Jiménez Aguirre recordó con acierto cómo el cine y la radio mantuvieron viva la llama mientras los catedráticos fruncían el ceño: basta pensar en Jorge Negrete cantando Gratia plena en una película, o en Carlos Gardel vendiendo millones de copias de El día que me quieras, un tango escrito con versos del mismo título del tepiqueño. Esta infiltración en la educación sentimental del continente llevó a Juan Villoro a afirmar que Nervo es, de la mano del músico poeta Agustín Lara, el verdadero inventor del “sentimentalismo mexicano”.

Sin embargo, esta inmensa popularidad le costó cara en la estricta república de las letras, convirtiéndolo en un “cadáver disputado por dos bandos opuestos”, como resumió en su momento Manuel Durán: una minoría detractora y una muchedumbre de fieles. La conferencia de Jiménez Aguirre nos guio por este campo minado de la crítica nacional, un espacio donde las pasiones se desbordan y las rectificaciones tardan décadas en llegar. Por un lado, figuras contemporáneas como Juan Domingo Argüelles han llegado a desautorizar su propia antología nerviana, calificando al poeta de “cursi” y acusándolo de un “sincerismo” cómico donde se confunde deliberadamente el amor terreno con el divino. Argüelles ve en Nervo a un “espiritualista venéreo” que desemboca en una “sensualidad deificada”, una postura que refleja el rechazo visceral que el poeta aún provoca en ciertos sectores.

Ante tal severidad, el investigador veracruzano opuso lecturas más matizadas y generosas, como la de Ernesto Lumbreras, quien cuestiona la tradicional división de la obra de Nervo en dos etapas estancas, una sensual y otra mística, para proponer un viaje inverso. Lumbreras sugiere leer a Nervo desde sus últimos escritos hacia atrás, encontrando en su etapa tardía no un moralismo de confesor, sino un toque de mordacidad y coloquialismo. Un ejemplo clave es la serie de poemas de “La conquista”, textos que, lejos de la beatitud, exorcizan la pasión malsana que brotaba en el alma del poeta por Margarita, la hija de su amada Ana Cecilia Dailliez. Aquello que algunos tildan de hipocresía es, bajo esta nueva luz, una complejidad humana fascinante que merece ser releída sin el peso de los prejuicios morales.

Gustavo Jiménez Aguirre, investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, presentó la conferencia “Amado Nervo en la novela corta: una biblioteca virtual”

La historia de la recepción crítica de Nervo parece ser, en última instancia, una procesión de arrepentidos. Jiménez Aguirre citó el caso emblemático de José Luis Martínez, el canónico historiador que en su juventud llamó “cursi” a Nervo siguiendo la moda de los Contemporáneos, para años después retractarse y reconocer que La amada inmóvil es un libro definitivo que seguirá hablando a los jóvenes. Aún más drástico es el caso de José Joaquín Blanco, quien pasó de ser un demoledor antinerviano en 1977 a escribir en 2006 que Nervo posee un don de la lengua literaria “casi biológico”, comparable al de Alfonso Reyes y Octavio Paz, y que pocas veces el castellano se ha visto más rico y feliz que en sus escritos. Como bien señala Christopher Domínguez Michael, la posteridad de Nervo ha sido “ganada a pulso contra propios y extraños”, y casi todos los críticos terminan, tarde o temprano, cargando alguna culpa con él.

Pero el corazón de la ponencia, y donde Jiménez Aguirre puso mayor énfasis para demostrar la modernidad del autor, no fue la poesía, sino la narrativa breve. Nervo entendió antes que muchos la economía de la atención y las dinámicas del mercado editorial moderno. En 1907, el poeta afirmó que “era preciso vivir en un país donde casi nadie leía libros, y la única forma de difusión estaba constituida por el periódico”. Su pragmatismo lo llevó a buscar lectores donde realmente estaban, lejos de las ediciones de lujo. Tras fracasar en sus intentos de conquistar el mercado parisino, donde El bachiller se tradujo como Origène sin pena ni gloria, y tras la fría recepción de su libro Otras vidas en Madrid, Nervo encontró su nicho en las colecciones populares de novela corta que se vendían en los quioscos españoles, como El Cuento Semanal.

Fue en este formato de bajo costo y amplia circulación donde Nervo desplegó una libertad creativa inusitada, convirtiéndose en el primer mexicano en incursionar en estas colecciones populares. Jiménez Aguirre destaca cómo el tepiqueño jugaba con las reglas del género y con las expectativas del público con una destreza notable. En novelas como MencíaEl diablo desinteresado o El diamante de la inquietud, el narrador rompe frecuentemente la cuarta pared para interpelar directamente al lector, haciéndolo cómplice de la trama y borrando la distancia entre quien escribe y quien lee. Hay un momento delicioso en El diamante de la inquietud donde el narrador pregunta: “¿Quieres que te cuente una de esas historias?”, y un interlocutor anónimo, que bien podría ser el lector, responde afirmativamente, exigiendo que en ella figure una hermosa mujer. Ese juego de espejos, esa apelación constante a quien sostiene el libro, revela a un autor que no escribe desde una torre de marfil, sino desde la consciencia de que la literatura es un diálogo vivo y urgente.

Quizá la muestra más acabada de esta modernidad narrativa sea El donador de almas, una novela publicada por entregas en 1899 en la revista mexicana Cómico. Allí, Nervo insertó un apéndice donde el protagonista dialoga con un crítico ficticio e intolerante llamado “Zoilo”. En este intercambio, que Jiménez Aguirre recupera con entusiasmo, Nervo defiende la condensación frente al desarrollo extenso, anticipándose a la estética de la brevedad que dominaría el siglo XX y XXI. Cuando Zoilo le reprocha que su libro pudo desarrollarse más, el personaje responde con una contundencia que desarma: “Usted dice desarrollar; Flaubert dijo condensar. Prefiero a Flaubert. Nuestra época es la de la nouvelle“. Y añade una sentencia que hoy resuena con fuerza profética en nuestros tiempos de inmediatez: “El tren vuela… y el viento hojea los libros. El cuento es la forma literaria del porvenir”.

Casa Museo Amado Nervo ubicada en el Centro Histórico de Tepic

Nervo dejó atrás la narrativa realista y simbolista para inaugurar una etapa donde sus fantasmas personales conviven promiscuamente con los intereses espirituales de su tiempo y del nuestro. Su “biblioteca virtual”, como la denomina acertadamente Jiménez Aguirre, está abierta las veinticuatro horas, indiferente a si los auditorios de Tepic se llenan o permanecen vacíos por la desidia local. Mientras la ciudad sigue usando su nombre para bautizar calles sin leer sus versos, en la inmensidad de la red, algún joven descubre El donador de almas o un poema en YouTube y se da cuenta de que ese señor de perfil afilado y mirada triste, hace más de cien años, ya le estaba hablando directamente a él. Gustavo Jiménez Aguirre, creador de La Novela corta: una biblioteca virtual (sitio en remodelación), lo sabe bien: su labor no quiso embalsamar un cadáver ilustre y prefirió conectar los cables para que los “caracteres eléctricos” sigan fluyendo hacia esos “abonados” digitales que Nervo imaginó con tanta precisión. Y aunque en su tierra natal la profecía bíblica insista en que nadie es profeta en la tierra donde todos se sienten profetas, en el territorio sin fronteras de la literatura digital, Amado Nervo sigue oficiando su misa laica, esperando pacientemente a que sus paisanos, finalmente, decidan leerlo.

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Obra de Gustavo Jiménez Aguirre
El libro que la vida no me dejó escribir: una antología general. Nervo, Amado, 1870-1919. 2006
Tres estancias narrativas, 1890-1899. Nervo, Amado, 1870-1919. 2006
Lunes de Mazatlán: crónicas: 1892-1894. Nervo, Amado, 1870-1919. 2006
Poesía reunida. [tomo I] Nervo, Amado, 1870-1919. 2010
Poesía reunida. [tomo II] Nervo, Amado, 1870-1919. 2010

Los dos claveles y otras historias que pasan, Nervo, Amado, 1870-1919. 2014

El sexto sentido y otras historias extraordinarias, Nervo, Amado, 1870-1919. 2015

Otras vidas. Tres novelas cortas, Nervo, Amado, 1870-1919. 2019

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