Continúa la historia del mal uso de una buena herramienta. El lento aprendizaje de los integrantes del VAR se hace más notorio en cada jornada del futbol mexicano.

Con respecto a la expulsión de Caicedo, de los Tigres, en el juego del sábado pasado contra el Querétaro en Monterrey, el silbante y los “varistas” siguieron viendo el árbol y no el bosque completo.

El delantero sudamericano fue con todo por un balón, lo ganó y en el viaje normal del pie conectó involuntariamente a un elemento gallo. Como el VAR se basa en repeticiones en cámara súper lenta que distorsiona la realidad, sugirió al árbitro expulsar a Caicedo, que minutos antes había marcado su primer gol en la liga.

Una hora y media más tarde en Guadalajara, los miembros del video arbitraje no le hicieron notar al árbitro Escobedo una clara mano de Antonio Briseño dentro del área. Era un penalti claro que pudo haberle dado el triunfo al Pachuca.

Hubo más. El domingo en Ciudad Universitaria el VAR no le hizo saber al árbitro Montaño que el Palermo Ortiz cometió mano dentro del área. Era un penalti a favor del Monterrey. ¿Ni con varios monitores y toda la tecnología a su alcance detectaron la manota del zaguero universitario?

Por mucho que haga el flamante presidente de la Comisión de Arbitraje Armando Archundia, mientras los jueces de caseta no tengan ojos ni criterio, el VAR seguirá desperdiciándose lastimosamente en el balompié nuestro.

Discreto

Dani Alves jugó sus segundos noventa minutos con los Pumas del Universidad. Como era de esperarse, no ha jugado como lateral, seguramente para dosificar el esfuerzo tomando en cuenta su veteranía, sino como volante. El astro amazónico no pesó mayormente bajo el intenso calor y la contaminación galopante de la Ciudad de México en el duelo frente a los Rayados del Monterrey.

Ahora tendrá oportunidad de mostrarse en Barcelona contra sus ex compañeros y pronto estará enfrentando al América en el Pedregal, un duelo que se antoja muy interesante.

Aniversario

El domingo se cumplieron 106 años del natalicio del legendario Ignacio Trelles, pues nació en Guadalajara el 31 de julio de 1916.

Santón del futbol mexicano, observador juicioso, la mente astuta, terror de los árbitros, enfriador de contiendas candentes, brujo de las malas artes y a la vez prohombre ético, disciplinado, íntegro y profesional.

Su figura inconfundible se volvió un clásico de la cultura popular: piernas cóncavas, como las de un charro que acaba de bajarse del caballo (quizá el peso de las ideas dentro de la sesera le arqueó las extremidades); la inseparable cachucha, la mirada pícara, el bigote ralo y bien cortado, las cejas pobladas, la nariz chata rematada por dos grandes boquetes, un universo donde nada es verdad ni es mentira…

La amorosa minuciosidad de su hija María Eugenia la llevó a escribir el libro definitivo sobre Trelles. Un trabajo descomunal, esmerado, abundante en datos, avatares, crónicas, críticas y reseñas periodísticas sobre el director técnico por antonomasia. Juan Villoro señala: “Decir Trelles equivale a decir entrenador”.

Pausa

Después de 49 años, salió del aire el programa taurino del Canal Once. Es una de las emisiones más antiguas de la televisión mundial y un espacio de incalculable valía en la señal abierta para hablar de toros. Tras la desaparición de El Club del Hogar y En Familia con Chabelo, no existe otro espacio televisivo con tanta longevidad en nuestro país.

Confío en que será solo una pausa para volver en septiembre. Durante 40 años lo condujo Julio Téllez; desde hace diez lo presentamos Rafael Cué y un servidor. Siempre se llamó Toros y Toreros; desde 2012 se le conoce como Toros, Sol y Sombra. Yo hubiera obviado la palabra toros, pues sobra decir que la temática es taurina, pero la directora de aquel momento impuso tal título.

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