Por Francisco Flores Soria

Febrero de 1811 fue un mes de pleno y definitivo repliegue de la guerra por la Independencia del yugo español en el hoy estado de Nayarit.

Apenas la última noche de enero, en el Cerro de la Contaduría del puerto de San Blas, perdió la vida el cura insurgente José María Mercado, víctima de la asonada realista en la cual participó el párroco Nicolás Santos Verdín, quien con la luz del primer día de febrero mandó azotar el cuerpo de aquel que, inspirado por la lucha de Miguel Hidalgo, cambió el ministerio divino por el de las armas.

José María partió de Ahualulco, en el hoy estado de Jalisco y donde era sacerdote, a fin de tomar Tepic y el puerto del Pacífico para la causa independentista. Ya no se enteró de que en represalia por sus acciones militares, dos semanas después, el 14 de febrero de 1811, su padre, don José Mercado, moriría por ahorcamiento en Tepic.

La trágica suerte de su progenitor fue decidida dos días antes, el 12 de febrero, misma fecha del fusilamiento del también insurgente Juan José Zea, cuya ejecución tuvo lugar en la salida de Tepic a Guadalajara; ahí mismo, el cadáver de Zea permaneció a la intemperie durante seis meses para desalentar a otros interesados en lograr la independencia.

En ambos casos, dio las órdenes el general realista José de la Cruz, cuyas acciones contrainsurgentes fueron calificadas por sus contemporáneos como implacables y sangrientas, excepcionalmente severas, al grado de que lo apodaron “José del Diablo”.

De la Cruz llegó a la Nueva España en 1810, junto con el virrey Francisco Xavier Venegas; alcanzó el grado de Coronel en España durante las Guerras Napoleónicas.

En el Virreinato quedó al mando de una de las tres divisiones realistas para combatir a las fuerzas insurgentes de Miguel Hidalgo, con el cargo de Mariscal de Campo y Comandante General de las Provincias Internas Occidentales de la Nueva España.

En cumplimiento de su misión, el 14 de enero de 1811 venció a Ruperto Mier en la batalla de Urepetiro, en el hoy estado de Michoacán, y a fuerzas de José Antonio “el Amo” Torres, antes de dirigirse a recuperar las plazas de Tepic y San Blas; en febrero siguiente ya estaba a cargo, de manera provisional, de la Intendencia y la Audiencia de Guadalajara.

El general De la Cruz no progresó como habría deseado en el Gobierno novohispano por la oposición de otro prestigiado militar realista, el general Félix María Calleja, quien llegó a Virrey en 1813 y, pese a ser también feroz contra los insurgentes, en varias ocasiones exhortó a su compañero de armas a tener “mayor templanza”.

No hay constancias de que “José del Diablo” atendiera los exhortos; antes bien, su fama de implacable le sirvió en su retorno a España, donde llegó a ser Ministro de Guerra e interino de Marina y, a los setenta años de edad, en 1856, murió en París, desterrado pero quizá sin mayor cargo de conciencia por condenar a muerte a muchos Mercados o Zeas en su carrera militar.

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