Por Diego Mendoza | Pablo Hernández
Mujeres de todas las edades, profesiones, creencias e ideologías, se unieron en una marcha en pos del respeto absoluto a sus derechos fundamentales. Fueron una sola voz, un solo grito de lucha y al ritmo de tambores recordaron con cánticos y consignas a quienes la vida les fue arrebatada y son su inspiración permanente.
Lo hicieron de nuevo: dejaron huella de la rabia por la violencia, el acoso en su contra y la falta de oportunidades, igualdad y el derecho pleno a decidir sobre su cuerpo y vida. Las mujeres fueron una sola voz, un solo corazón latiendo por un presente mejor para todas y un futuro cierto para la siguiente generación. Nada las detuvo
Un día antes, el 7 de marzo, el preludio a la tradicional marcha del 8M se hizo presente en el corazón de Tepic. Desde las nueve de la noche, cuando la mayoría de los negocios se encuentran cerrados, cuando las calles se vacían de transeúntes y de coches, las colectivas feministas asaltaron las vallas metálicas que se encuentran rodeando Catedral. Su objetivo fue la realización de un memorial para recordar a todas aquellas mujeres que han sido víctimas de feminicidio, víctimas de un sistema que no las escuchó.
Las vallas convertidas en retablos, se acompañaron con pintas de los nombres de sus hermanas, tocados florales armonizaban la escena complementados con retazos de tela drapeada. Los únicos testigos de este acto de amor, fueron la luna que se encontraba en su máximo esplendor y algún transeúnte que apresuraba el paso para llegar a su hogar.
El 8M inició sin ningún contratiempo, las agendas políticas a tope, pláticas y conferencias para conmemorar una lucha que lleva más de tres siglos y que hoy en día millones de mujeres pueden disfrutar de sus frutos.
Seguimos aquí y somos más, se anunciaba con antelación en redes sociales, en lo que era una invitación a sumarse a la protesta programada para este 8 de marzo, luego de la ausencia de manifestaciones que se tuvo el pasado 25 de noviembre, fecha dedicada a la lucha en pro de la erradicación de la violencia hacia la mujer.
La tarde cayó, el sol dio tregua, pese a la temperatura de 29 grados centígrados que en ese momento se tenía, el cobijo de los árboles de la Loma ayudó a apaciguar el calor, pero el ardor que se encontraba en el pecho de cada una de las asistentes nada lo calmaba.
Con la bendición que deja la brisa de la Hermana Agua, los tambores comenzaron su redoble, como los antiguos batallones antes de ir a la guerra, las calles se comenzaron a llenar de espectadores que veían como la avenida México se inundaba del verde y el morado que adornaba cada pañuelo y prenda de las cientos de mujeres que al son de las percusiones iniciaron una nueva peregrinación rumbo a la Plaza Principal de Tepic.
Desde las banquetas, mujeres mayores, madres con sus hijas, secretarias que salían de las diferentes oficinas que se encuentran en los alrededores, todas con su vestimenta morada, dejaban la indiferencia atrás y se convertían en testigos presenciales de este nuevo llamado de lucha y reivindicación de derechos humanos, sociales, políticos y económicos, que a través de la historia han demandado a base de sudor y en ocasiones hasta sangre.
Apoyadas en sus corceles de metal, un primer contingente ciclista abría paso a lo largo de la avenida que era custodiada por distintas patrullas de vialidad que con sus sirenas anunciaban el paso del gigantesco contingente.
En segunda línea, el taiko hacía temblar las calles de la capital, que cedían ante el ritmo del paso firme y sin miedo de las cientos de mujeres que al grito de “la que no salte es macho”, presentaban su repudio ante una sociedad de hegemonía patriarcal.
Seguidas del ritmo, se encontraba el bloque dedicado a las más de 35 mil mujeres con discapacidad de la entidad. De acuerdo con la última Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), la cifra de casos de violencia en mujeres con discapacidad es superior al promedio estatal, su visibilización en el contingente fue un recordatorio de la crudeza de esta realidad.
En un tercer bloque, las madres de las mujeres víctimas de feminicidio, dejaban atrás el grito ahogado de justicia y con su presencia cobijaban al contingente, ofreciendo ese amor de madre que les fue arrebatado a sus hijas, que en distintas pancartas recordaban a la sociedad: “No estamos todas”.
Asimismo, cuentas rosas adornaban el contingente, ofreciendo un oído y apoyo psicológico para aquellas participantes que dentro de la intensidad de la manifestación necesitaran externar su sentir, canalizar su rabia y recibir ese abrigo que recuerda el grito “no estamos solas”, humo se presenciaba en el lugar.
El surco estaba marcado, el primer destino fue el Palacio de Gobierno, ahí el corazón de la marcha, el bloque negro, se desprendía del contingente para desatar toda su furia en el lienzo arena que se convirtió en un mural de vergüenza que exponían la identidad de sus agresores y exigían justicia bajo el llamado de “Navarro escucha, mujeres en la lucha”. La misma suerte corrió la casa del Poder Legislativo, en el cual se tomaba la máxima tribuna del estado para gritar “estamos hartas”.
La percusión de los tambores encajaba perfecto con el sonido del aerosol, que dejaba huella a su paso por la avenida México, una mezcla a la que se sumaba el estruendo de los cristales de una tienda departamental que cedía ante la furia de los gritos que durante años habían sido guardados en la impunidad que de acuerdo con datos del ENDIREH se registra en más del 90 por ciento de casos de agresión.
Al final esta melodía era acompañada por una lírica, cuyo coro bloqueaban las cámaras de vídeo y con pancartas en mano hacía muestra de la sororidad y compromiso con la protección de quienes protestaban: “Fuimos todas, fuimos todas”, se escuchaba al unísono.
Sin embargo, la orquesta tuvo que frenar, ante un grito paralizante que se expedía desde las afueras de la tienda departamental: “¡Enfermera!”. El bloque rojo, conformado por personal médico, llegó a la zona en que se invocaba, ahí una mujer habría resultado herida por la caída de cientos de cristales, mientras era atendida, el contingente se hincó y alzó el puño en señal de respeto y solidaridad.
El sol caía a la par que la marcha terminaba, la luna nuevamente se convertía en su principal testigo, en su cómplice, ya que el aquelarre funciona mejor a la luz de la luna. El memorial ya las esperaba, la luz de las veladoras dejadas una noche anterior como ofrenda, señalaban el final del recorrido, pequeños grupos ya esperaban al gigantesco contingente para comenzar con el tedeum que daba inicio al ritual, mientras algunas se posaban sobre un solo pie, se inclinaban para alzar el puño al cielo y guardar un minuto de silencio por aquellas que ya no están, por aquellas cuyos rostros estaban plasmados en esas vallas.
La hoguera se encendió y pronto se avivó con las pancartas que cargaron durante todo el recorrido. Llantos y gritos, brincos y bailes a su alrededor, la catarsis estaba hecha; pronto cada una comenzó a tomar su rumbo, solas o en grupo, listas para retomar esa lucha diaria que tiene conmemoración cada 8 de marzo.