«El derecho de sufragio (que se considera también un privilegio y un deber) significa, tal como se interpreta comúnmente, el derecho a votar por el hombre que ha elegido otro hombre, y es altamente apreciado»

Ambrose Bierce

Por Ernesto Acero C.

El país requiere de una profunda reforma electoral, una reforma que se acerque a la idea que tenemos de lo que debe ser una reforma del poder. Un poder que realmente sea democrático, no un poder endogámico. Eso, al parecer y por el momento, no va a ser posible. Entre tirios y troyanos se ha descarrilado la posibilidad de que se procesen reformas profundas.

El Pacto Federal ha dejado de serlo desde la reforma de 1996. El Senado seguirá en esas aberrantes condiciones. La integración de la Cámara de Diputados seguirá en las mismas condiciones, no obstante que la población (los “electores”) los ve alejados de sus intereses, en el mejor de los casos. La locuacidad en la integración de las legislaturas locales continuará haciendo de los dispositivos constitucionales, demagogia simplona.

Las candidaturas independientes por el momento, son una figura que en realidad impide avances democráticos en ese plano. Resulta mucho más sencillo crear un partido político que construir una candidatura ciudadana. Eso no quiere decir que crear un partido político sea como coser y cantar. Crear un partido político en el plano nacional es en extremo complicado, incluso más difícil que en los tiempos del “priato”. Lejos estamos de los días de la reforma reyesheroliana, cuando el registro se otorgaba condicionando su definitividad al resultado de las elecciones.

[El sueño que pudo haber tenido don Jesús Reyes Heroles, de un sistema de partidos, no se materializó por la simple y llana razón de que los partidos no existen y porque en su lugar, lo que vemos son siglas que se reducen a un sello, una hoja membretada y una firma].

El financiamiento público a los partidos se ha convertido en una fuente inagotable de gasto público. Lo peor de tal circunstancia es que ese dinero público va a parar a manos de quien sabe quién. Lejos estamos de los días en los que el PAN se negaba a recibir dinero público. Las que antes eran formaciones de izquierda y que ahora viven de hacerse pasar como “izquierda”, ahora son formaciones presupuesto-dependientes que se han desplazado hacia la extrema derecha. “Izquierda” derechizada como consecuencia de los altos niveles de colesterol en la sangre.

El sistema de fiscalización del gasto de los partidos y, sobre todo, de un gran número de candidatos, pasa por el ojo de una aguja campantemente. La información que debería estar disponible para la población, sencillamente no puede conocerse. Solamente por la vía de la tramitología se puede conocer información que debería estar en vitrina transparente.

La integración del Poder Judicial, desde la reforma callista de 1928, se sujeta a los intereses de quien ejerza la titularidad del Poder Ejecutivo. El nepotismo y la corrupción de la que se ha hablado desde la Suprema Corte de Justicia de la Nación, son lo de menos frente a la avasalladora influencia del Ejecutivo: ciernen el mosquito y tragan el camello. Lo mismo ocurre con los Poderes Judiciales en las entidades federativas.

Los entes autónomos nada tienen de autónomos. Las designaciones se hacen en la misma lógica que la del resto del poder público. El otorgamiento de patentes de todo tipo, se realiza desde el muy particular estilo personal de gobernar. Nada de esto es desde que inició la presente administración federal. Esto tiene una lógica enraizada desde hace décadas. Eso debe cambiar y debe transformarse radicalmente.

Una amplia serie de modificaciones que se han registrado dejan mucho que desear en términos democráticos. La crítica hacia los candidatos y a los procedimientos para postularlos pueden ser incluyentes, pueden poseer diversas virtudes, aunque el componente democrático en términos procedimentales deja mucho que desear.

Ya es mera nostalgia hablar de asambleas democráticas para elegir candidatos a cargos de elección popular o de dirigencia de siglas. En su momento se habló de consultas ciudadanas, de consultas a la militancia de “partidos” y de asambleas que ya no son tema, por lo que se observa. Eso ha llevado a diversos escenarios, en los que los resultados resultan frustrantes para quienes se esfuerzan por hacer las cosas apegados a la idea de la democracia.

Un resultado que hace evidente casi cualquier sondeo de opinión, es el alejamiento que se declara por parte de los electores hacia sus “representantes”. Esa es una de las razones por las que muchas personas consideran a sus legisladores alejados de los intereses de la gente. Algunas encuestas muestran que amplios sectores de la población consideran que los legisladores toman decisiones solamente para beneficio personal o para bien de las élites a las que se deben. La gente, en este sentido, no ve “visiones”, sino lo que realmente puede comprobarse una y otra vez.

Veamos el caso de la democracia que incluye a las mujeres en los cargos de elección popular. La selección de mujeres se convierte en mecanismo que excluye a las mujeres de procesos democráticos de elección. Si en un distrito o en una gubernatura se “determina” que debe ser una mujer la que se postule para el cargo, no se observa un proceso democrático para que sean las mujeres (y los hombres) los que decidan cuál mujer será la postulada. Solamente, de pronto, como por arte de magia, aparece el nombre de la mujer que resulta postulada por un partido o por una alianza, pero el procedimiento democrático brilla por ausencia. Lo mismo aplica para el caso en el que los hombres son postulados para un cargo de elección.

Un fantasma recorre el espacio para la selección de candidatos: el fantasma del “dedazo”. Ese fantasma constituye el regreso triunfal del “dedazo”, pues lo es, aunque ahora, para colmo, la imposición aparece con los “decentes” ropajes de la “democracia” y la “inclusión”. El uso de tantas palabras entre comillas tiene su razón de ser el vaciamiento de su contenido, o como lo dice Naipaul, el vacío de representación de la realidad es la razón por la que “tantas palabras necesitan estar entre comillas”.

Una reforma electoral es poco ante lo que se necesita para lograr un avance sustantivo de la democracia. Lo que se requiere en realidad, es una reforma del poder, una reforma que sacuda en serio todo el sistema, antes de que irrumpa una nueva y más furiosa oleada nihilista.

Quiénes se han opuesto a una reforma electoral, como la planteada por el Presidente de México Andrés Manuel López Obrador, debieron tomarle la palabra e ir más allá, mucho más allá de lo que se pretendía reformar. Es por eso que los opositores al cambio, los adalides de la negación a cualquier reforma, son los que ahora se muestran como la peor versión de aquello a lo que antes se oponían. Los opositores ahora son más conservadores que aquellos conservadores a los que antes combatieron. ¡Cuidado con lo que vendrá!

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