Cada jueves en él nacía y moría la esperanza. Ese día llegaba a Islas Marías con el amancer un barco cargado de víveres, visitas, cartas de familia y documentos de liberación para prisioneros. La libertad los tomaba desprevenidos: se les avisaba a media mañana de su partida nocturna a Mazatlán y malbarataban pertenencias, el amor y la amistad. Así que él no tenía más bienes que la ropa que tenía puesta, reprimía las locuras del corazón y conservaba los pocos amigos, porque cualquier jueves llegaría su orden de liberación. Tenía muchos años haciéndolo. No sé qué crimen haya cometido; narcotraficantes y homicidas dejaron la isla antes que él. Tampoco sé si logró besar el continente, como soñó miles de noches. Cuentan que en su corazón nunca logró apagarse la espera del siguiente jueves.