Pedía piedad para los prisioneros: ellos exploraron tierras y mares, descubrieron continentes, abrieron caminos, secaron pantanos. La merecían. Llamaba a no exigir tanto a la prisión: había fallado la escuela, la familia, la Iglesia, la sociedad en su conjunto. No podía cargar con la responsabilidad de tantos. En su libro La Prisión, Sergio García Ramírez, allá en los 80, planteaba un novedoso modelo de cárcel. Con él soñaron abogados, psicólogos, trabajadores sociales, que moldeaban el alma nueva del penitenciarismo mexicano. En Islas Marías un romántico prestador de servicio social imaginó a los colonos (así llamados los prisioneros) regresando a vacacionar recuperada la libertad. “¿Cuándo ha visto al enfermo regresando de vacaciones a un hospital?”, preguntó un prisionero. Él tenía razón: la nueva prisión debía formar para la libertad, expulsando, rompiendo vínculos para siempre.