Lamentación, indignación y admiración por dos amigos que se van

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Con cierta dosis de temor y temblor kierkergaardiano; con la sospecha de estar yendo más allá de la valentía aristotélica, o sea, incursionando en la temeridad y; teniendo como fuentes de inspiración crítica —no sé hasta qué punto siendo suficientemente fiel— los dispositivos de control foucaultianos y la distinción heideggeriana entre pensamiento calculador-verificable y pensamiento reflexivo-meditativo [entre hacer ciencia y filosofar], redacto unas “palabras” que brotan del lamento, la indignación y la admiración que me ha provocado la intempestiva e inesperada renuncia a sus puestos como Docente de Tiempo Completo y de Docente de Base de Medio Tiempo Asociado B Horas Asignatura Nivel Superior 20 horas de un compañero y de una compañera del reducido profesorado del Programa Académico de Filosofía de la Universidad Autónoma de Nayarit.

¿Por qué el lamento?

Por el valor de su aporte —desde una sólida formación unamita en la que tuvo la suerte de disfrutar de la enseñanza de algunas “vacas sagradas” de la filosofía en México— prácticamente desde la apertura del Programa en el ya lejano año 2003 él; desde una formación filosófica en la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo y diversas fuentes formativas hasta la reciente Maestría en Prácticas Filosóficas, y por la pérdida de sus singulares aportes en los procesos formativos centrados en el Programa Académico de Filosofía, pero con ramificaciones que van mucho más allá de este, ella.

¿Por qué la indignación?

Porque se trata de dos retiros diferentes a los de otros compañeros que se han ido recientemente en condiciones normales [César Luque] o inevitables [Yolanda Cadenas] y, sobre todo, porque se trata de una colega y un colega que no debieran haberse irse y que pudieran no irse todavía y que, sin embargo, se han visto ante la necesidad de elegir entre la asunción sumisa de las nuevas reglas administrativas, o bien, por salud física y mental, adelantar lo que en su momento sería simplemente un paso normal, sereno y tranquilo —sin duda con su dosis de tristeza y de dolor— hacia afuera y hacia adelante, con la conciencia tranquila del deber cumplido y del servicio prestado a una noble institución que te dio la posibilidad de contribuir, en un condiciones dignas y con el reconocimiento debido, a la formación de profesionistas profesionales para su estado natal, para nuestro país y, por qué no, para el mundo…

Pero no, se van porque no estuvieron dispuestos a seguir sujetos a dispositivos de control cada vez más invasivos y amenazantes y de condiciones laborales cada día más indignas, so pretexto del indispensable e impostergable combate a la corrupción y de la austeridad.

Indignación porque no creo:

Que la supresión de prestaciones que se habían conseguido como medidas compensatorias de las precarias condiciones salariales que se tienen en la UAN comparadas con las de la casi totalidad de las universidades del país; que el cambio de modalidad casi clandestino ante el IMSS o que las exigencias recientemente introducidas [sin que hasta el momento haya habido alguna declaración de parte de las representaciones sindicales al respecto, en defensa de sus agremiados] para registrar la asistencia a través de datos biométricos del rostro, sin informar satisfactoriamente el manejo que se dará a esos datos y sin demostrar a satisfacción que ese tipo de registro es indispensable o que no basta el registro con la huella digital y para obligar a cumplir con jornadas de ocho horas presenciales, sin tener en cuenta —como se ha hecho notar— el estatus especial, conforme a la Ley Federal del Trabajo—, del gremio académico, sean los medios adecuados para conseguir esos propósitos.

Y, menos aún, que lo sea el acuerdo emitido por el Consejo General Académico —que podría no tener validez legal al ser emitido, sin la atribución correspondiente, por dicho Consejo—, el cual —respetando hasta cierto punto al profesorado de tiempo completo, en especial a quienes pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores o al Programa de Estímulos a la Docencia, o bien, que participan en proyectos de investigación con financiamiento externo o sin financiamiento y aprovechando hábilmente lagunas normativas y contractuales— se ensaña [esta expresión emergió en mi mente antes que cualquier otra] con el profesorado de Medio Tiempo y de Horas Asignatura.

El mencionado acuerdo establece que un[a] Profesor[a] de Medio Tiempo debe cumplir un mínimo de 12 horas de docencia como responsable de espacios curriculares [un 60%] y dedicar las 8 horas restantes a actividades complementarias.

El profesorado de 40 Horas Asignatura Nivel Superior o Medio Superior deberá cumplir un mínimo de 60% horas y un máximo de 70% horas de docencia como responsable de espacios curriculares [entre 24 y 28 horas] y el resto en actividades complementarias.

El profesorado con menos de 40 horas deberá cumplir el 70% de esas horas en la docencia como responsables de espacios curriculares. [Si se tienen 30 horas, 21 horas; si se tienen 20, 14 horas].

Entrando en el ámbito del pensamiento reflexivo —ya que reconozco que desde el pensamiento calculador estas medidas pueden considerarse eficaces en cuanto posibilitan una plusvalía disponible para ser usada en espacios curriculares de entre 9 y 13 horas por cada académico de 40 horas asignatura por el mismo precio—, me atrevo a decir que esa saña [para no abandonar la raíz semántica] trae consigo daños severos a la dignidad del profesorado de base [no con base] —quienes hasta antes de este acuerdo podían elaborar Cargas Horarias semejantes a las del Profesorado de Tiempo Completo con un digno 37.5% de horas [15] en espacios académicos—, al convertirlos, prácticamente, en maquiladores educativos, al no contar, dentro de su horario reconocido, con las horas requeridas para las actividades relacionadas con esas horas-aulas o en línea.

Ahora bien, estas medidas no solo afectan seriamente al profesorado, sino que afectan —más seriamente aún— al estudiantado que tendrá frente a sí [o a su lado] un profesorado que llega a los espacios curriculares con poca preparación próxima y, probablemente, después de varias horas en que tuvo sesiones de aprendizaje de Unidades de Aprendizaje distintas y diversas.

Entre lo que más llamó mi atención —acompañada de admiración, incredulidad e indignación— fue ver que, entre los “abajofirmantes” del Acuerdo había posgraduados en educación, excompañeros y autoridades del Área de Ciencias Sociales y Humanidades e, incluso, un amigo —brillante por cierto— de la infancia.

Con lo dicho, no hace falta decir mucho acerca del por qué de la admiración [en un primer momento le denominé “envidincias a”] que despertó en mí, la valiente y arriesgada decisión de Isaías y Marthita…

Lamento que estas “palabras” estén lejos, muy lejos, de las que se contienen en el Primer Informe Anual de la presente administración y en la mayor parte de las notas periodísticas locales consultadas, pero no podía callar, porque, en tal caso “gritarían las piedras”.

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