El nombre de esta columnilla y la mecánica de escribirla con un número exacto de palabras, ni una más ni una menos, surgió en un taller de escritura que tomaba en Michoacán hace más de 15 años y desde entonces la publico en Meridiano. Me impuse la norma de contar historias verdaderas y casi siempre con protagonistas protegidos en el anonimato. Porque el fin es ver el pecado (o la virtud) y no denigrar (o exaltar) al pecador, ver nuestras flaquezas en los fallos de los otros. Aprendizaje vicario, pues. Son deformaciones de la formación clerical, admito. Ocasionalmente repito los temas por las reacciones, pero nunca para seguir rascando la costra o los testículos al tigre. Aclarado lo anterior, cuando hablo de hombres de ignorancias enciclopédicas no me refiero al que esto lee.