Por Ernesto Acero C.
UN FANTASMA RECORRE EL MUNDO: EL FANTASMA DE LA DESCONFIANZA. MARINA Y EJÉRCITO, CON BUENOS INDICADORES. DESIGUALDAD ALIMENTA LA FRUSTRACIÓN SOCIAL.
Es bueno confiar, pero desconfiar es más bueno, se suele decir amargamente. Una pena que así sea. Los individuos no nacen desconfiados, se hacen con el tiempo. El nivel de desconfianza no es el mismo para todas las personas. El nivel de confianza es mayor o menor en cada individuo, aunque en la sociedad coexisten tendencias que se pueden agrupar por grupos sociales.
Pandemia que dura décadas, es la pandemia de la desconfianza: mal de muchos. Se polariza la opinión pública, se deja de creer en lo que es y se cree cada vez más en lo que se quiere creer. Desconfiar está de moda.
Encuestas muestran los niveles de confianza-desconfianza en instituciones o en personas que ostentan cargos. Es casi generalizado ver que el Ejército, la Marina y la iglesia sean las instituciones en las que más confía la gente.
Mismas fuentes indican lo que ocurre con los niveles de desconfianza que se muestran en el caso de “partidos”, “políticos”, “legisladores”. Mediciones muestran que los niveles de confianza-desconfianza no son los mismos para todos. No todos son iguales, o en su caso, “unos son más iguales que otros”.
El ejercicio del poder desgasta. Un alcalde nayarita decía que cuando había llegado al cargo le sobraban los amigos y, al concluir su mandato, le sobraban enemigos (¿pues que habrá hecho?).
El poder desgasta. A unos los desgasta más que a otros. Los presidentes de México, en décadas recientes, se han desgastado hasta niveles del abucheo generalizado o de las mentadas de madre.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador es un caso especial. Los niveles de aprobación a la figura presidencial se han deteriorado, pero no al nivel que llegaron sus cinco antecesores.
Entre balazos, muertos y envenenados, salió salinitas. Habiendo llegado gracias a los favores de los muertos, zedillito se retiró del cargo en medio de una neblina grisácea. Hundido en un mar de generalizada frustración por un cambio que no llegó, foxito dejó la presidencia entre tepocatas y corrupción. Y calderoncito se hizo socio lunar. Finalmente, peñita llegó y se retiró como llegó, entre escándalos de corrupción.
¿Por qué desconfía la gente? La respuesta es multidimensional. Las personas ven como se lanza estiércol de un polo a otro de la esfera pública. Las expectativas económicas no son favorables para la mayoría que se debe deslomar para medio vivir.
Las personas también observan como se enriquecen con sueldos imperiales, quienes llegan a cargos públicos. La corrupción no se va a erradicar mágicamente, en seis años.
¿Quienes hablan de “instituciones” y mantienen altos niveles de confianza? La respuesta es sencilla. Existe un alto nivel de confianza entre los privilegiados que se llevan la tajada del león, la mayor parte de la riqueza nacional. Dan clases de democracia los beneficiarios de la ausencia de instituciones democráticas y que, en ese contexto, se enriquecen.
Estudios revelan qué en el mundo, en el continente americano y en México, la riqueza se concentra en pocas manos. Más de la mitad de la riqueza mundial se concentra en menos del uno por ciento de la población. Algo parecido ocurre en México.
La población no ve mal que existan millonarios. La gente tampoco propone que todo mundo posea millones en cuentas bancarias. La gente desea que las reglas sean claras, para acceder a mejores ingresos.
La desconfianza se alimenta de frustración social. La población no necesitaría programas sociales de apoyo generalizado, si tuviese acceso a ingresos por el camino del esfuerzo y capacidad. La población preferiría reglas claras, para acceder a más y mejores ingresos. Amplios sectores de la población trabajan, se desloman, estudian dejando una dioptría tras otra frente a la computadora, y no avanzan.
¿Cómo diablos va a confiar la gente en sus “instituciones”, si la mitad del mundo muere de hambre, se retuerce en la pobreza o apenas sobrevive gracias a programas sociales? En realidad, es estúpido pensar que la gente lamerá el cuchillo con el que se le degüella.
La gente tiene razón en desconfiar en sus “instituciones”. Esas “instituciones” no son sino mecanismos para el abuso y la expoliación. En México, cuando se habla de instituciones, se desata una tormenta de comillas.
La gente confía en el Ejército, en la Marina, principalmente, porque el personal de ambas dependencias, siempre está con las personas cuando más lo necesitan. La gente ve personal disciplinado, respetuoso, tanto en la Marina como en el Ejército.
La figura presidencial también posee niveles de confianza aceptables. Por cierto, niveles de confianza menores a los que se observan en el caso de la Marina y el Ejército.
Muy seguramente, la razón de la confianza que se deposita en el Presidente de México se debe buscar en el bolsillo de los derechohabientes de los programas sociales. ¿Qué hacían gobiernos anteriores con el dinero que se hoy distribuye en forma de programas sociales? Sencillo: se la robaban.
La ostentación de la riqueza es revolucionaria. La ostentación no solamente provoca envidia, sino que lleva a la gente a la frustración, a la furia y a la desconfianza. La ostentación ofende a la gente que no tierne ni lo estrictamente necesario o lo justo.
En la competencia por el poder, puede servir la publicidad. No obstante, a la gente se le puede despertar cuando se le advierta que los ladrones quieren meterle mano a su bolsillo. La desconfianza es arma de dos filos. Los electores ya están ariscos.