Por Ernesto Acero C.

Los paradigmas que hasta hace poco aplicaban han entrado en una fase de crisis severa. Muchos de ellos están atorados junto con algunos protagonistas que carecen de una visión de la historia. No ocurre nada digno de ser escandaloso. Cierto es que la esfera política está llena de ejemplos de liviandad y de profunda incapacidad. Pero eso no sorprende, pues en el escenario sobran ejemplos de actores que realmente carecen de sentido y de oficio político.

Dicen que el mal ejemplo cunde, y por eso no extraña que cualquier bembo quiera ser diputado, regidor, “alto funcionario”, o cosa por el estilo. Cualquiera quiere ser lo que sea porque cualquiera lo es. La gente ve como se hacen diputados personajes sacados de la nada, que se convierten en regidores inmediatamente después de haber sido sacados del lodo. Cierto o falso hay indicadores que respaldan estas aseveraciones, al menos en lo que toca a la percepción pública. La gente hace un razonamiento elemental: “si ese tarugo es tal cosa, ¿por qué no serlo yo?”. Y lo peor de todo es que le asiste la razón a la gente que piensa así.

Es por eso que quienes arriban a metas políticas de la mayor importancia, deben reflexionar con el mayor cuidado los perfiles de quienes les rodearán, porque de ello dependerá el éxito o el fracaso de un gobierno. Eso lo sabe todo mundo. Pero todo mundo se percata de que mentecatos y zoquetes son elevados a las más elevadas “cumbres”, colocados en lugares en los que no caben.

El escenario actual nos recuerda un pasaje del drama shakesperiano «Julio César». El pasaje es el siguiente. Tras la muerte de César en los idus de marzo, Antonio, Lépido y Octavio, se reúnen para organizar el mundo en una triple alianza dominada por ellos. Antonio ordena a Lépido ir a casa del difunto César: “traed el testamento, y veremos el modo de suprimir algunas mandas de los legados”.

El buen Lépido, ingenuo, aunque con las manos llenas de sangre, responde –“¿Qué, os encontraré luego aquí?”

Octavio, por su parte, contesta: –“Aquí o en el Capitolio”. Y Lépido sale del lugar.

A su salida Antonio se dirige a Octavio para decirle: –“Éste es un majadero, que sólo sirve para hacer recados. ¿Conviene que, dividido el mundo en tres partes, venga él a ser uno de los tres que ha de tener parte?”

Octavio, extrañado, le responde a su vez: –“Así lo juzgasteis, y pedisteis su voto sobre quiénes debían ser anotados para morir, en nuestra negra lista de proscripción”. Antonio embiste una vez más y declara: –“He vivido más que vos, Octavio, y aunque confiáramos tales honores a este hombre, a fin de aliviarnos de varias cargas calumniosas, él no los llevará sino como lleva el asno el oro, jadeando y sin aliento bajo la faena, guiado o arreado, según le señalemos el camino. Y cuando haya conducido nuestro tesoro adonde nos convenga, entonces se le quita la carga y, como el asno descargado, se le deja marchar e ir a sacudir las orejas y patas en los prados comunales”. Octavio aún resiste la lenguaraz embestida y aventura otra defensa y agrega: –“Podéis hacer lo que queráis; pero es un soldado experto y valiente”. Pero Antonio convencido razona de manera contundente y agrega de manera definitiva: –“También lo es mi caballo, Octavio, y por eso le asigno su ración de forraje. Es una Criatura a la que he enseñado a combatir, encabritarse, detenerse y correr en línea recta, gobernados siempre por mi inteligencia los movimientos de su cuerpo. Hasta cierto punto, Lépido no es otra cosa. Necesita ser adiestrado, dirigido y estimulado a ir adelante. Es un individuo de natural inútil que se alimenta de inmundicias, desechos e imitaciones que, usados y gastados por otro, para él constituyen la última moda. No hablemos de él sino como de un trasto. Y ahora, Octavio, oíd grandes cosas…” Y Antonio y Octavio se reparten el mundo, en tanto el buen Lépido, olvidado de su participación en el asesinato de César, se ocupa de acabar con la suculenta ración de alfalfa que le fue asignada.

Igual debería ocurrir en el escenario actual. Un buen amigo alude a la inexperiencia de algunos protagonistas describiéndolos como personajes que “no tuvieron infancia política”. Esa inexistencia de infancia política en parte explica la presencia en la esfera política o en la función pública, de bembos ensoberbecidos, de pobres diablos que no dan una en la función pública. Para su buena suerte, el “viejo régimen” no ha muerto y gracias a ello el tren no se les ha descarrilado.

La norma jurídica ya no opera en ausencia de claras reglas políticas. La crisis política en la que se encuentra el país, empeora con la presencia de protagonistas que por momentos se maman el dedo y en otros momentos apuñalan, alegremente, a diestra y siniestra. Crisis política, al lado de ingenuidad y mala fe, no pueden llevar sino al nihilismo y, sobre todo, en materia electoral una retirada masiva del pueblo.

Esto seguramente que va a llevar a un destino, pero este nada deseable. Así, porque la crisis política puede llevar a rastras a muchos a pensar en salidas más eficientes y, las más socorridas, son la que tiene que ver con la violencia. El terrorismo verbal es un rico caldo de cultivo para ulteriores formas de violencia.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí